Te regalaron aguja e hilo
para tejer la vida
sobre un lienzo
virgen.
Cada puntada fue única
porque a cada segundo
tuviste que decidir
el trazo.
Lo expuesto podría ser
una aceptable
definición
de la palabra
libertad.
Te regalaron aguja e hilo
para tejer la vida
sobre un lienzo
virgen.
Cada puntada fue única
porque a cada segundo
tuviste que decidir
el trazo.
Lo expuesto podría ser
una aceptable
definición
de la palabra
libertad.
Un segundo más de oxígeno, un instante más de luz,
un momento que no cese de renacer, una imagen
que jamás será la misma porque el existir es fugitivo,
un corazón que suena como una campana en la noche,
mi sangre circulando por las arterias y las venas
en procesión de vida, el olor que agrada y se va,
el color que cambia si la luz cambia, el tacto de tu piel
y el gusto de tus labios que solo duran lo que dura el deseo,
el río por donde sueñas navegar sabiendo que una día acabará
en un océano sin ti, todo es presencia, nube que porta
el aire por tu cielo de hoy que nunca será el de mañana.
Hay quien no le da importancia.
Hasta hay quien considera que saber mentir
es una virtud para desenvolverse en este mundo.
Por mi parte no hay cosa que más odie.
Aquel que miente no respeta al otro,
lo manipula y sin recato
- y por su propia conveniencia-
lo traiciona.
Aunque si le mienten a él se indigna, dice no merecerlo.
Es como si la mentira fuera un derecho que hubiese patentado,
debido a lo cual solo a él corresponde el usufructo.
A eso yo le llamo echarle morro a la vida.
Sal de la lluvia, de la sombra,
del revés de los espejos,
de la ventana del olvido,
de la canción sin nombre,
de los rótulos que parpadean,
sé la rosa que perdió sus espinas.
Asoma el ayer en la imagen proyectada sobre la piel del muro,
ballestas en la torre sur, jinetes armados con el estandarte verde
y oro de la cuna noble, la cruz en el pecho, la malla y la túnica,
el relincho del animal cuatralbo, la oración del fraile que bendice
entre loas al valiente adalid, la dama oculta tras el rojo oropel,
flores que caen del cielo como nieve de abril, el resonar de los cascos
en la estrechura de las calles y el palio que se iza sobre bastones
de plata, la algarabía y el clamor alegran la tarde festiva, címbalos,
timbales, cornetines y flautas en los pasadizos, la cohorte engalanada,
las huestes en tránsito cuando llega la noche y el espejismo en el muro
ya solo es evocación y sueño, misterio y añoranza de grandes conquistas.
Alguien regó con mimo la semilla, dándole el agua
que la tierra demanda, buscó el lugar donde la luz
es una amante fértil, rocío las hojas que relucen en el ocaso
con el oro de un sol que declina, dispuso que la humedad
y la temperatura más adecuadas favorecieran el crecimiento
de la planta, recortó algún brote mal nacido, estuvo pendiente
de que insectos y parásitos no malograran su sueño;
y al fin vio el fruto en esa flor que primero fue raíz,
tallo, esqueje, hasta derramarse agradecida en pétalos.
Los traemos al presente
en las reuniones familiares,
en las citas con amigos de la infancia- o de la juventud-,
al evocar los instantes felices: un nacimiento,
una celebración íntima, un éxito personal…
Esos son los buenos,
los que a menudo
nos gusta compartir.
Los malos conversan solo con nosotros,
a cualquier hora y en cualquier sitio.
Y no nos dejan en paz,
porque suelen estar relacionados
con la culpa.
Esa garrapata que no se nutre de olvido.