viernes, 28 de febrero de 2020

El epitafio

Me acuerdo de un refugio oculto por la hojarasca,
los días robados a la luz, eternos como un signo.

A veces me llega una voz antigua
o una imagen que reconozco,
o me hablan mis heridas
o resucito a las estatuas del tiempo para volverlas carne.

Es la soledad que invita a los fantasmas
y les unge con el hoy,
con mi hoy de ojos cerrados.

Sin pausa rondan los gemidos del sexo
y sus dormitorios frágiles, regresan las confesiones guardadas
y la vigilia nocturna de los insomnios.

Yo sé que los años me devolverán a la infancia,
a la ternura del amor y a los juegos sin final.

Sé que un rostro acercará sus labios a mi boca
para que florezcan, por última vez, el jardín del deseo
o la humedad de la vida.

Y a cuántos di mi amistad y a los que comprendí por ser como yo,
a los susurros que blandí para que callara la noche,
a tu espacio que ocupa mi espacio,
al mar y sus ángeles de agua,
a las colinas donde los pájaros no encuentran quietud,
a mi ciudad que es un tallo florecido o un arma desnuda.
A todos los que me entregaron su sombra,
les dejó mi memoria, mi lucidez
y un epitafio escondido para cuando la muerte llegue.





miércoles, 26 de febrero de 2020

Mi pequeña verdad

Me basta con la generosidad de un sol antiguo,
el pan ácimo entre las manos, un cuenco de agua,
el trinar de los pájaros al nacer la primavera.

Me basta con tu palabra junto a la mía,
el calor de tu piel, el tacto que acaricia mi noche.

Me basta con el pulso del silencio y la mañana que vuelve,
me basta con el abrazo del hombre honesto
que se entrega a la amistad como a un río que nace.

Me basta con tu sombra cuando no necesito mirarte,
tu voz alegre que canta promesas en la infinidad del día,
el solsticio que es el resplandor que deja tu sonrisa.

No necesito monedas, ni oro, ni latifundios
ni mansiones, no necesito la esclavitud del dinero
ni la opulencia de los infames;
solo quiero mi pequeña verdad,
donde habitáis tú y algunas cosas que importan.

Radiografía del solitario

Sabes que te hablan, pero tú no los oyes.

Te has acostumbrado a verte en el espejo y a no sentir a nadie.

Porque nadie son los espacios, las horas,
el ayer y el hoy que te abrazan.

Desdoblarse en un pensamiento, concebir un diálogo fósil,
ver como crecen las flores sin el agua del amor,
posar tus manos en un cristal oscuro,
es tu confín.

Piensas que no merece la pena otro cuerpo junto a ti
-ya has probado las mentiras del sexo-
crees que la amistad es un columpio que un día cesa de volar,
juzgas a los otros por lo que careces,
te ovillas como un gusano que no quiso conocer el mundo.

Escribes palabras que solo lee el silencio,
murmuras después del alcohol frases de infancia
y entornas los ojos tras el beso soñado.

Ocurre que te cansa saberte,
que las palomas huyen de ti porque tú también huyes de algo.

Te gusta el rocío y la escarcha, lo efímero, la niebla,
el fugaz eclipse del tiempo en tu memoria.

Crees en la soledad, aunque una espina te carcoma el corazón
y llores y aúlles cuando en la madrugada te desvelas.

lunes, 24 de febrero de 2020

La gabardina del pistolero

Quizá porque un sol le abandonó,
quizá porque su recuerdo era de lluvia,
quizá solo quería lucir la gabardina del padre
bajo la luz ajada de un tren nocturno.

No sabía, entonces, que el destino es un pájaro caprichoso
que vuela al azar como una cicatriz indescifrable
sobre un azul de sombras.

Yo pensaba en el corazón de la isla,
el mar sin fulgor,
un palmeral, las laderas negras
y un cálido desdén de horas vacías.

Y allí, él,
el pistolero desarmado,
con el costurón del rostro al aire
y aquella risa, sin alma, que conocí tan bien,
insolente como un geiser de espuma.

Madrid ama los eneros,
el frío condensa en una nube de amor
la miseria, los olores fétidos,
la suciedad que antes era líquida
como un miasma de agua.

Había un luto en la desesperación,
hambre de desafío y un terror de mosaicos encendidos
al huir de nosotros, al fingir una estrategia
contra la caída.

Recuerdo que la razón del vino era un aullido en la garganta
y el retorno una bandera de alcohol ensimismado,
recuerdo el silencio de las voces
o, más bien, la huella de las voces en una lengua amortajada
por no saber decir, no.

Rompió el avión la piel del cielo
con su vorágine y su carcasa de metal,
en su interior los códices secretos de la mudez,
los ojos viajando de las sombras a la claridad,
de la raíz insulsa de la tierra
hasta la irracionalidad del océano,
terriblemente calmo en este invierno,
dándome una razón que negara su mito;
algo así como mi vida a contraluz en un adiós disparatado,
en un sin sentido de espejos.

Él murió en un hospital gris,
y yo guardo su gabardina,
porque siempre llueven sobre mí
las horas en que hablamos del mundo y sus enigmas,
de los signos y de la historia,
de mujeres y libertad,
de un porvenir
que nunca llegó a pronunciar su nombre.

sábado, 22 de febrero de 2020

Los paraísos

Hay un paraíso, casi siempre frágil, al que algunos llaman recuerdo.

Cierra los ojos y aspira la luz del túnel amigo;
allí, aún persisten, los olores, el tacto, el sabor de la sal y de la lluvia,
los juegos sin fin, tantas veces la incertidumbre en el anaquel de la sombra.

Tuviste un amor,
o dos,
o tres,
legendarias Olimpias se posaban en tu lengua
como libélulas rojas.

Pero llegó la reina ambarina,
su misterio robó al día la memoria del crepúsculo,
tan resplandeciente su huella al marchar
o al volver de sí.

Hoy recuerdas paisajes, olas de invierno,
los tejados tan ocres desde la habitación abuhardillada
y la fatalidad que sufre:
la respuesta ignota en un examen,
el vicio o la imaginación púrpura
al sentir el oro blanco del deseo en las ingles.

Siempre atrás, siempre la mudez de los labios sellados
y el refugio de la música, la soledad húmeda de las madrugadas
sin el sonido amable de las fuentes.

Y, de pronto, ya no existe el confín de tu infancia o de tu juventud,
ni los comercios donde compraste el fulgor de los sueños,
ni la furia del vendaval que hería los vidrios de aquella casa
que murió sin tú saberlo,
sin

saberlo.

Y aún recuerdas el silencio,
la idolatría volátil por un lugar donde los mitos se diluían
igual que títeres de agua.

Hay un crisol de imágenes selladas con un lacre en tu corazón,
hay daguerrotipos que tiemblan en tus manos
cuando dibujas la edad; y todo eso no son más que las pulsaciones de un fantasma
al que ves en el espejo sin reconocerte,
sin saber que en tu memoria los paraísos nunca mueren,
aunque a menudo a ti te parezcan
las cenizas insondables de un rescoldo.



jueves, 20 de febrero de 2020

Solo entonces comprendí

Todos los nidos han muerto.
Una galería de voces y un olor a sábanas viejas.
Crujían los escalones como si pisáramos le piel de los murciélagos,
su sangre azul, desparramada.
Era tu hogar un laberinto de puertas sin alma,
la confidencia tras el ardor de la noche, un jadeo que entristece la luz.
Existió en tus ojos la sed monacal que no pregunta,
te fuiste hacia los siglos y los bajos fondos del futuro,
poblaste los cabellos del devenir con tus ovarios de ninfa.
Esta casa tenía un patio blanco y una verdad oscura,
metros cuadrados de insomnio y una cicatriz en el sofá
con la ceniza de tu nombre. Me llamaste y yo vi la hora palpitar
y vi tu cruz de espanto, recogida en la habitación,
ovillada de luna. Solo entonces comprendí
que, al fin, éramos uno.

miércoles, 19 de febrero de 2020

El regreso de la alondra

Te vi y de tu voz brotaban serpientes, de tu marfil
la sed de las sirenas, en el ojal del silencio
un cosmos de partituras por componer
y un rastro de ángel en las axilas de la luz.
Yo te comprendo, la juventud es un toro
que embiste círculos de estrellas, solo quieres el rubor
que la noche mata, solo la mordedura en las ingles,
el aire exacto en que las nubes del sexo estallan
como risueños acólitos del éxtasis. Acompáñame,
sé mi sombra, sé el espejo que adelgaza la inquietud,
la cornisa que se vuelve tobogán, caída inmortal
desde las rodillas ancladas hacia el agujero flamígero
que absorbe a los pájaros, tan ciegos como tú
en la insondable entrega que concibe un alud.
Ya ves que no hay muerte cuando dos cuerpos lloran
bajo una sábana en llamas. Me susurras el himno
inventado del amor y yo te escucho, porque soy piel
y soy tu nombre, y soy la alondra que regresa al ventanal
como si una herida nos escogiera para ser la luz entre la umbría,
el crisol que incendia el confín de tu mirada.

domingo, 16 de febrero de 2020

Siempre llega septiembre

Son los abrazos de la canícula alas invisibles.

Mi cuerpo escribió mensajes de luz en hojas secas,
mi cuerpo sedujo a los fantasmas ateridos
con la imaginación de quien crece en la pregunta,
fue su alquimia la memoria de los veranos,
un estío que moja de sudor la cal de los portales.

Y es que siempre viven en julio el bosque y el río de la infancia,
allá en la umbría del valle,
bajo los castaños que llevan mi apellido,
el musgo húmedo de savia,
las cicatrices en los troncos con la forma de un corazón
y dos nombres entrelazados.

Son mis huesos el metal de una bicicleta,
las ruedas el vigor, el fortín,
el desafío a la vejez,
al fugaz artilugio del tiempo.

Labran el campo los campesinos viejos,
recogen la mies con ese amor infinito de los cómplices,
sudan, sin mirar cómo el sol de agosto calcina su piel,
tapados sus cabellos por sombreros de paja.

Y es dura su labor y hay sed en los labios
y dolor en las corvas, y hay negritud y tiembla el sueño
al ver la nube oscura, la nube de tormenta que amenaza
como un triste jalón de la desgracia.

Pero a los niños no les importa
los niños ríen, nadan bajo el puente de este río casi seco,
juegan al fútbol o al brilé
o a las escondidas en la casa abandonada,
en el jardín asilvestrado cubierto de espinos,
de telarañas y rosas mustias.

Y llega septiembre y ya la luz se recoge como una madre cansada,
el verano es la excusa del recuerdo,
el frío enfría la raíz del trigo;
se oyen campanas de domingo,
del último domingo de un mes que invoca a las noches cortas
y a los ocres y a los hongos del robledal
y a los pájaros que callan mientras vuelan como sonámbulos
o dibujan volubles arpegios sobre un cielo infinitamente gris.

sábado, 15 de febrero de 2020

El aula

Hay un saber, sin oscuridad, de filamentos leves.
Son palabras que perviven, letras de tiza que se enroscan,
las equis y los números como títeres en el crisol de una pizarra.
Soy profesor y guardo en los labios un mensaje de aliento,
posos que crecen hasta la fibra núbil de una ilusión,
papeles no escritos en el meridiano de la voz
que, intrascendente, incendia en un niño
su corazón y su raíz. Estoy aquí, cada día,
como un mesías diminuto que transmite su fe heredada
por los eclipses del tiempo y las razones de la vida.
Porfío, socavando el surco para llenar las huellas
de los que ahora pisan aire. Y me siento como un árbol
que entrega su carozo al porvenir, la hostia dulce
que, quien abre su inquietud a la deriva,
recibirá en la sombra, hasta que un pábilo de luz
oriente su destino.



miércoles, 12 de febrero de 2020

La fiera vencida

¿Qué ocurre si al mirarte en el espejo ves un tigre
y si yo me miro veo una flor? Así cuando alzas
el rostro y eres una sombra en silencio
o te escondes en la espesura como un felino mortal,
o maúllas, lamiéndote las garras bajo el dosel.
¿Y yo? En qué jardín de ángeles caídos brotará mi voz,
y si mi piel es tersura, frágil arrobo, un lecho
donde se posan los pájaros vencidos por la luz;
podré acaso desgarrar tu carne
con mis dientes
de polen.

martes, 11 de febrero de 2020

Las estaciones te llaman

El otoño cree en ti. Tu vestido de niebla
se confunde entre la hojarasca, los colores,
la húmeda pátina de los hongos al morir el bosque,
el rocío que besa el musgo tan verde como un tallo de maíz.
No te adjudiqué ninguna estación, tú ya sabes
que somos seres que mudan sus escamas según la luz y los cometas.
También el invierno te invita con su voz de nieve,
sus eclipses de frío y sus cabañas de troncos tiznados.
Pero yo te conocí en agosto, y supe de tu piel
y del brillo esmeralda de tus ojos,
y soñamos con islas o con pueblos blancos
o con playas insólitas donde mueren de amor las gaviotas.
Tú me decías que yo era abril, una flor que estalla sin querer,
un desnudo de mariposas en la cálida quietud de las glicinas.
Soy yo quien cree en ti, porque son años y estaciones nuestra vida,
incansable el reloj tan henchido de recuerdos y de alma, tan feliz
cuando en la madrugada invierte sus agujas
y nos invoca como una madre y nos acaricia como un sueño,
que día a día, compartimos.

lunes, 10 de febrero de 2020

La nostalgia del provinciano

No hay abecedarios en la niebla.

Mi cuerpo fue árbol y colina,
un ovillo de mar bajo los puentes,
una caracola triste que muñe la sombra.

Es la serpentina de las estaciones quien convive junto a mi ataúd.
Lluvia y sol, los ocres blandiendo su espada
como arcángeles furiosos, el resplandor de julio detrás de los olivos secos,
la húmeda sonrisa en los catafalcos de la cigarra,
el murmullo del color
al brotar la primavera de un tibio seno de alambre.

Pero en la ciudad el humo boquea como un corazón exhausto
y yo creo en el diluvio de sus calles
hormigueando la sed que intoxica mi garganta.

Ahora paseo por el parque de álamos y cruces
y soy el bolchevique que sutura la historia
y soy la circuncisión del judío,
la rodilla incolora del árabe
sobre el cuarzo de las sendas.

¿Qué es un extranjero sino un límite?
Otra luz me concita, recuerdos de olas blancas,
el faro que vive en mi iris
como vive la madre en su eterna memoria.

El agua del norte oculta las palabras,
desdice el miedo a la virtud,
en el alcohol de cincuenta céntimos
habita un sudor de candiles sin refugio,
una sentencia que invoca al origen
y escupe en la improvisación del azar.

Sabes, yo solo quería los anuncios sin patria de los autobuses,
el sonido del agua en las fuentes manchadas,
el olor del metro, su vahído de multitud, tan mortal.

Y la voz que incendia mi soledad al doblar la redondez de las esquinas,
bajo el neón de los vicios, en las orillas donde las putas deletrean poemas invictos,
romances que son música de organillo,
laureles en el sexo, habitaciones que ama la luna
desde su púlpito de sucias mandrágoras
aún no nacidas.



viernes, 7 de febrero de 2020

Simiente

La esperanza es un grano escondido,
que sea fértil en la lucha,
que crezca como un gigante hacia la luz,
que brote sin miedo, que tenga alas
y deje su sombra entre nosotros.

Desvelados

Me ha sorprendido este silencio de hojas blancas.

En el canesú de la noche
los dos pensamos
en el azar y en los ríos, en las moléculas que nos pueblan,
en la comunión de los astros como un refugio de luz.

Yacen los cuerpos en sus horarios,
el crisol de la rutina mata la inconmovible ausencia del estallido,
suenan trompetas de viento alado
al morir los pechos que claman fogosidad y ardor entretejido.

Ya no oiremos a los pájaros remar contra la lluvia,
los espejismos cabalgan rumores
y hay ojales sin ojal que nunca cierran su despedida.

Acostumbrados a ser un signo bajo el dosel de la cama vieja
solo la imaginación o el lenguaje se visten de arlequín
y moran bajo las axilas húmedas de la sinergia.

El resplandor es un acaso de nubes viajeras,
me digo tu primera palabra,
busco el manantial de la espuma que te eleva,
que siempre te iza
hacia los bosques del más allá.

Y surge el áspid que roba la quietud
y claman las arterias
y el corazón por fin se nutre de la savia verde
que penetra en la cueva de tu noche.

Son instantes, no sé, de furia o de instinto,
fosas de moldes sin perfil,
astucia de los esqueletos,
arrojados a la piel como infantes suicidas
o títeres.

Es así el amor- aventura y celeste carmín en los labios-
es así el deseo, un rayo de vísceras, un maná,
un esputo de volcán que estalla
como un miembro mutilado que rocía de insomnios
la huella y su infinito deshacer.


martes, 4 de febrero de 2020

Convaleciente

Aquí está mi espalda rota,
con el sur de ónice, y tu voz sin vocales que enmudece.
El olor del café es una nube marrón,
las caderas de Milagros un submarino que otea la noche.
La verdad flota en los espejos, se arrastra como un gusano
que parpadea al sol, uniforme, casi lúcido.
Ya vendrá la hoja perdida de un árbol manso,
rozará con su pestaña el óxido oscuro que maúlla en el ventanal.
Es el lirio o el plafón que se enrosca igual que un vientre
de mandrágora. Ese áspid del desencuentro en la gloria
de tu axila robada, aquel insomnio bajo los puentes sin ceniza,
el oso que olfatea un coral gris, la amapola azul sobre la cresta del payaso.
Ya danzan en los alféizares los cisnes que madrugan.

lunes, 3 de febrero de 2020

El joven que leía "Sinuhé el egipcio"

Así, en mi rostro, las briznas del agua,
un rocío de pavesas cargadas de luna,
el misterio en los portales donde se abrazan las niñas,
los neones que ocultan el sol de los cuerpos,
la dentadura gris de quien no ríe.

Mañana la soledad del tren será mía,
los espejos llorarán como estalactitas rotas
cuando lo que llegue del futuro
escriba un poema en el bisel de la luz,
tan cómico, tan irreal.

Guardo en el pantalón un mapa encendido,
las islas son lágrimas de mármol sobre un océano sin galeones,
yo veo los cuervos y las dunas,
el hambre hospitalaria,
toda ella volcán ausente.

Los pasos de la vida son noches errantes,
mi idioma no ha nacido
ni los lagartos buscan aún la sombra de los cometas.

Junto a mí hay una extraña compañía,
la tez de un músculo que morirá,
el crisol de un libro
-la pirámide en los ojos marrones de Sinuhé el egipcio-
que cubre el regazo de otro mortal,
suena una voz en el traqueteo de este tren olvidado,
invisible como un duende que flirtea con la madrugada.

Camina, caminamos, con el reloj que no calla,
veo candiles donde resplandecen las acequias
y un sudor campesino en las fraguas.

Le quiero hablar al joven sin historia que me mira,
sé que su gabardina se volverá vieja, inútil,
cuando un oasis pregunte por su niñez.

Tengo un avión en los bolsillos
y un dibujo en el dosel de las noches sin paz
como puertas cerradas a la luz.

Quizá un aire sin patria
o el tizón que florece en las rosas de marzo,
o el boj que solo espera un signo,
la calma en un océano tan azul como el miedo,
me arropen y yo sueñe con las islas,
con el licor de sus cactus,
su caliza negra, sus orillas que sollozan
por un continente que las ame.

sábado, 1 de febrero de 2020

Tú, yo y el hijo

Yo me preguntaba por el silencio del faro,
a veces confundí sombra y edén
en el fondo de una lágrima transparente.

Tuve alas y fuego, mar en los tobillos,
calles sin párpados, eternas como átomos negros.

Era joven y me creía un sol,
un sol pequeño, sin calor ni luz,
una nube roja en tu camisa,
un ojo o un oasis oculto en la nieve,
las Perseidas cruzando la vastedad de tus días.

Como un trampolín tu carne blanca y tu voz de fruto en sazón,
como la fiebre que anuncia el fervor
así el halo que dejas al curvar la espalda.

Te amé o te quise en el arrabal,
juntos la ciudad y los ecos,
las estelas de un avión que mojan mis labios,
la desnudez que se mira de un perfil a otro,
la fugacidad del céfiro en la voz de noviembre,
del candil de tu mano al rocío en la playa
donde vive el misterio de la duna.

¿Quién o qué el trasluz bajo los números impares del oráculo?

Creció la semilla en lo hondo,
fiel al rasgo, dormido el color,
lánguido el espejo en que se revuelca el embrión
que soñará con su dios
igual que yo al morir el huracán.

Qué nombre o en qué país el surco que siembre su huella,
qué pasos en la estrecha cruz de la vida,
quién se arrimará a su seno,
cuántos los amigos que despreciarán la luna,
dónde el amor o el odio,
el restallido, la voz del látigo que pondrá de rodillas al éxtasis,
cuál perdón teñirá sus pies de azul.

Que sea el telar del abrazo nuestro sello,
el nido en que viven las historias infinitas,
el refugio donde sueñan las almas ardientes
con el futuro de la flor bajo una pérgola de luz.