En coro de pífanos la gloria del baile,
allí tú en vergel de recamado traje alientas el dulzor,
la fina esmeralda en el cuello, joya de luz bajo la firme cenefa del rayo,
arqueas tu frágil navío de perlas blancas, el lunar en la faz es faro fiel,
te visten el perfume y la rosa del cutis, buscas la máscara arrebolada
que ilumine la noche de tus mejillas con seda y organdí,
ceñido el tul ante la juventud del pecho,
hombros de desnudez arcaica, promontorios de nieve bruñida
por el resplandor de las hachas, el velón y el espejo
donde el refajo contrae la sed del vientre y el carmesí de las costuras,
un amarillo procaz enciende el azufre del ribete,
tus pies en palio de esbelto cardumen, de cristal y luminaria,
danzas en minué, en rigodón, en vals azul por los salones en círculo,
con la risa del ángel y los párpados de la diosa,
sin el abanico floreado ni la cofia como cresta de ruiseñor,
amante el concertista de tu perfil rojo en los espejos, las lágrimas de la araña
lloran de éxtasis al sentir el arpegio anhelante de tu cuerpo,
en tu fluir de golondrina el azar, en tu peluca tiznada por el alhelí blanco el fulgor,
sillas de falso satén, el boudoir y la cómoda de haya, los zócalos de mayólica,
el mármol gris del piso y los cortinajes amparándote
al salir como un trasluz donde nada el eco que deja tu ausencia
en la ola impar del último baile.
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