Aunque ardan las rosas del verano, aunque el sol
muerda en mi carne y consiga que de los poros
de mi piel brote un manantial furtivo, aunque
la fogata que encendí con su lengua roja y amarilla
eleve la temperatura del espacio en que me muevo
para convertir el silencio en un cálido jardín de oxígeno mudo,
aunque, sin clemencia, un aire desértico ahogue mi respiración,
enrojezca mis párpados, calcine mi voz; el frío seguirá presente
en el iris de mis ojos, en la profunda raíz de mi alma, en el oscuro
túnel del recuerdo; porque tú ya no estás aquí, para abrazarme.
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