No hay sed en mi boca ni amargor en la quietud de la tarde,
el tiempo es letanía, los árboles al viento, el temblor de la lluvia
en el cristal, la canción que escucho una y otra vez como un salmo
en la iglesia de mi nombre, pájaros en el gris, tórtolas quizá
que vagan entre los racimos del agua, hilachas de humo
como cintas negras que escriben en el cielo una rúbrica
donde los ángeles amantes confirman el suicidio de los lloros
en este abril del desamor aciago, y es que caen lágrimas
en los reflejos del vidrio, en los rótulos sin encender,
en los jardines que esperan ansiosos el beso de la llovizna,
en las plazas sin balcones, ni pórticos, ni estatua, ni manantial
de náyades, ni arcos con blasón ni bandera de ningún color
ni palomas buscando el pan negro de la ceniza, ni obeliscos
como agujas de mármol alzándose con ecos de batalla
en la rugosa superficie del pilar, en la serpentina que rodea
su piel de conmemoración y vítores mudos, canta la tarde
la letanía de la lluvia, llueve, llueve, llueve, también
dentro de mí llueve, como llanto de virgen huérfana,
como espejismo de un vendaval que desagua noche.
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