viernes, 6 de diciembre de 2024

La tormenta

La luz en el enjambre de la noche con su mortaja multicolor

ilumina el rincón en sombra, la sed de los espejos

donde hallo el perfil de tu rostro inmóvil

me llama desde la antigua edad de los músicos,

la balada del cantautor, el ritmo de unos pasos ocultos

por la niebla más dulce, la lluvia en el ventanal como haz de cabellos

diluyéndose por la piel del cuarzo en melodía insomne de colibrí.


El ojo abierto al susurro tras el visillo verde,

el perdido aliento de una nostalgia que acaba de nacer

como pétalo de rosa al azul de este cielo

que clarea en silencio de ceniza,

en brote de árbol que se abre a la luz,

en fruto de tu boca muda,

persianas que caen sobre los párpados

como una brisa de mar,

el foco en tu habitación vela la historia que sueño,

enciende la realidad con su atrofia blanca

más allá del cuadro que tras el oscuro dintel imagino.


Anémonas de verdor lacustre en orillas quietas,

vitrales de catedral ardiendo en la palidez de tu rostro,

los puentes ornados con vírgenes del medievo,

los tranvías que perdimos sin que importaran

ni su color ni su número ni a través de que línea,

de qué ciudad, en qué suburbio o esquina

o ante qué encrucijada de rótulos, arboledas, páramos

su esqueleto de metal zarpó con las astas eléctricas

clavándose en la red longilínea que cruza ríos y túneles,

cumbres y valles, plazas viejas y plazas nuevas,

estaciones y jardines de altos álamos, pinos y tejos

que sobreviven al humo y al rumor de los vehículos

que braman como pájaros mutantes de acero y plástico.


Como bestias que no se detienen ante los semáforos sin luz

ahora que los rayos de la tormenta serpentean por avenidas

de un cielo oscuro y voraz hasta caer en la luna de mis ojos

enceguecidos por el visceral delirio de la noche.

























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