lunes, 16 de diciembre de 2024

Servicio militar en la isla

Acaricia el frío mi inocencia,

el candil de los rótulos

brilla en la luna de cristal

que me devuelve una imagen nimbada de olvido.


Mañana partirá el tren y con él la península de un pasado

que dormita en mi nombre, agujeros de palabras en la boca herida,

copos de nieve en el alma y un abrigo para este cuerpo

que no mira al norte sino a la brújula que indica las latitudes del azar.


Así yo desde mi atmósfera de quietud

voy a la isla como va el pájaro al frondoso árbol,

un cobijo para el eterno jinete de las olas,

una limosna de zafiros para el soñador

que gesticula entre el pasaje de un avión nocturno.


Hileras color caqui, acentos dulces, galope en la niebla,

música de casete con diez canciones de moda,

el galardón del títere y la doctrina del jerarca bajo un palio de estrellas.


Demasiado viva la luz, el rumor del mar en la lejanía llega como silbido viejo,

ronco latir de medusas en al atardecer, pueblos con calles de cal blanca,

flores del trópico, una sequedad de agave

y luna en la extremidad sur de la isla

como lengua de áridas papilas.


El espigón resplandeciente junto al faro de haz amarillo,

las gaviotas sobre la roca de basalto, el aliento del volcán,

híbrido de azufre y magma cae en el ficus,

en mi tez de ceniza, en las mandíbulas de la tarde,

en los laberintos de la noche.


Arenas de carnaval como pétalos que se deshacen en brizna,

lagartijas bajo un sol inclemente, de fundición y nácar,

de lava roja por la ociosidad de mis arterias,

de nave púrpura por los arrecifes del pálpito,

de clavel oscuro en el ojal de mi pecho

que calla insomnio y rumia desfiles de color en alabanza de primavera,

en ansia de lluvia que moje el cuarzo de los días,

la insolencia de la luz entre alba y alba.




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