Se posa en la piel del jardín como una membrana de agua y frío.
Veo el parteluz de la niebla que ancla ante mí su fuste algodonoso,
su atrevido látigo de lluvia, su nave de miríada fértil.
El silencio es de cristal empañado, una luz de ámbar,
un haz que baila en la espalda trepadora del cúmulo,
un farol como un ojo herido por la bruma
son los arietes de la claridad.
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