viernes, 20 de diciembre de 2024

Noche y día en la ciudad sin alma

 

Gira el reloj con la mansedumbre de un ciclo

en la esfera omnímoda del tiempo.


Lejos el mar de la espuma vibrante y el temblor verde,

más lejos aún la lluvia pausada sobre el cristal

que sucumbe al aire con la música adormecida de las gotas

sonando en mí como una sinfonía de mecanismos viscerales.


Vendrá la flor hermana en un junco grácil de voz extendida,

oiré los juegos del niño que no crece, vislumbraré la luz

de las lámparas en el anochecer igual que faros inmóviles,.

autos que siembran de cláxones la tarde

en columnas de metal bajo el iris tricolor de los semáforos.


La ciudad soy yo, en mí la faz del neón y el murmullo anónimo de los cafés,

la aventura de hundirse en los arroyos de la multitud

sin apellidos, ni origen, ni lugar,

la distancia, las líneas rojas y azules del tren subterráneo

por donde cabalga mi cuerpo como un jinete infantil,

la pulsión púrpura de los antros en imán de nocturnidad apócrifa.


El sol prematuro del alba creciendo desde la honda tierra

como un as de oro en el jardín de la podredumbre,

y en el planeta que es mi cuarto, la quietud del espejo vacío,

la caoba y el roble de los muebles, la mullida piel de una cama antigua,

el crucifijo y el mate de la pared como una pátina

que vela el fulgor de los rayos recién nacidos del día.






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