Gira el reloj con la mansedumbre de un ciclo
en la esfera omnímoda del tiempo.
Lejos el mar de la espuma vibrante y el temblor verde,
más lejos aún la lluvia pausada sobre el cristal
que sucumbe al aire con la música adormecida de las gotas
sonando en mí como una sinfonía de mecanismos viscerales.
Vendrá la flor hermana en un junco grácil de voz extendida,
oiré los juegos del niño que no crece, vislumbraré la luz
de las lámparas en el anochecer igual que faros inmóviles,.
autos que siembran de cláxones la tarde
en columnas de metal bajo el iris tricolor de los semáforos.
La ciudad soy yo, en mí la faz del neón y el murmullo anónimo de los cafés,
la aventura de hundirse en los arroyos de la multitud
sin apellidos, ni origen, ni lugar,
la distancia, las líneas rojas y azules del tren subterráneo
por donde cabalga mi cuerpo como un jinete infantil,
la pulsión púrpura de los antros en imán de nocturnidad apócrifa.
El sol prematuro del alba creciendo desde la honda tierra
como un as de oro en el jardín de la podredumbre,
y en el planeta que es mi cuarto, la quietud del espejo vacío,
la caoba y el roble de los muebles, la mullida piel de una cama antigua,
el crucifijo y el mate de la pared como una pátina
que vela el fulgor de los rayos recién nacidos del día.
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