Asomas como una pestaña que se abre a la luz,
crece tu aliento cuando el estertor de la madrugada
recoge sus velas oscuras; en mi estancia proclamas
tu nitidez colándote por las rendijas como un alma
generosa que da su abrazo sin esperar más consecuencia
que la celebración del día; hasta mi rostro llegas
con tu lengua infantil y rozas mis párpados sin frenesí,
lentamente, con pudor, igual que el aire tibio mece
la espiga en la cálida quietud del verano; no te vayas,
quédate conmigo, sé flor de la luz en mi piel
y en mi hogar raíz de una vida que alienta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario