Ábrete a la lluvia como flor bautismal,
como cántaro de luna que recoge en el estigma de su aliento
la metamorfosis de abril, la bendición de la clepsidra
entre los abrojos de la fuente, el lirio que derrama
el corazón de la tormenta por las paredes de tu piel en sombra.
Lánzate a la primavera de las cataratas
donde un racimo de lluvia extiende su cabellera líquida
como árbol de agua o río que vence a las colinas del aire.
Vuélvete lágrima en la hondonada de tus páramos,
serenamente busca el manantial bajo las axilas
donde mana tu canción de adolescencia.
En tu boca la sed que hierve de ansia
por recibir el hondo suspiro de la bruma.
Pisa los charcos primigenios que afloran
como espejos de azogue traslúcido,
en su faz la nube cabalga los muros del cristal
como pluma de algodón, espejismo innombrable,
indescriptible fluir de los dibujos grises
bajo el volcán acuoso.
Sus rizos de savia incolora,
su vapor de nieve en corrientes de viento áspero
cubre los paraguas sin cúpula,
las varillas roídas por los hilos de la tempestad.
Baila con la música del canalón
que vierte su insomnio por las alcantarillas de la noche.
Desnúdate como árbol, espiga o flor,
recibe el fruto de la vida que es el agua inmemorial de las estrellas.
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