Alguien unió las letras para sí en un acto de intimidad que ahora leo haciendo mío el misterio de su creación. Es solo un poema aunque yo sé que es más ya que nos enseña un mundo que quien escribe pensaba único y sin embargo cada palabra enciende en el corazón ajeno una llama viva donde se reconoce ese mismo mundo- o uno similar- que el autor creía totalmente propio e incapaz de ser transmitido. Es lo universal del sentimiento, la luz de la inteligencia que ilumina las experiencias como si las historias fueran comunes y no producto de una sola visión sin posibilidad de ser comunicada. Vivo lo que otro vivió, hay algo familiar en lo que leo, que no sé decir exactamente, algo que me transmite dolor o dicha, ternura o lucidez, belleza o fealdad, la vuelta a la infancia o a ese pasado que nunca se ha ido, el día que fue luminoso con la bandera del amor por delante o la noche que siempre vemos como penumbra porque nunca se pierde la esperanza de que vuelva la luz a nuestras vidas, y todo en versos que dejan de ser círculo cerrado para convertirse en un río de palabras que transitan como sangre por unos corazones que sienten lo mismo que sintió quien en soledad escribió ese poema con la intención de compartir su mundo, sus experiencias, su vida, su sentir y sus sueños con aquel que pudiera leerlos en cualquier tiempo, lugar o circunstancia. Por eso la poesía tiene vocación de eternidad.
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