Cómo llega el río del aire a rozar la espesura de mi carne,
con que aliento de sal y trigo maduro se asoma el
corazón del día,
amalgama de color en los ojos que distinguen el
paso del viajero
por las sendas de la luz, y tu voz dormida en el
vientre de los labios,
tu voz que ayer decía luna, matriz, resol, jardín
o mandrágora,
como una niña que aprendiese sin pasión el canto
de las flores,
su secreto arpegio maternal en el arrullo
metafórico del existir,
la sonoridad del agua bajo el tapiz del lenguaje
que fluye en armonía como un don precioso
que ahora ocultas entre los párpados del sueño,
en tu refugio de quietud que es una espiga abierta
a la claridad,
cálida flor de paz tu boca sellada por la luz en
sazón del silencio.