En tu vientre la fecha y el nombre
son los ecos de un compromiso.
Llegaste a mi anular con tu boca dorada
como un redondo lazo de amor y futuro.
Dormida en mi piel percibo el sudor antiguo de tu lealtad
deslizándose como una lengua
por los vellos que cubren mi falange.
Delgada tu arboleda de oro que da sombra al porvenir
con el revés labrado por el buril del orfebre.
Treinta y uno el día, otoño la estación
de una anualidad ya marchita.
Con los dedos índice y pulgar de mi mano izquierda
te libero para que ruedes, gires, saltes, y al fin
con el abdomen desnudo, nos indiques en qué momento
se inició la singladura del navío que aún somos.
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