jueves, 9 de octubre de 2025

La jardinera

 

Penden tus encajes de la niebla rota, más atrás el aullido

que brotó de los campos sin paz, vibra el tesón de la rueca

con los alfileres de la virtud en mitad del ensueño, golondrinas

en los espejos claman por no ver la sombra de un canal

sobre las letanías del azul, y finge el cántaro su curva

porque de las manos viejas ya no surgen las líneas frágiles

que decoran con nieve las llagas ambiguas del silencio,

vana es la luz que solo ilumina con destellos de carmín

la humana verdad que nace de los círculos del aire, como

rótula de estrato, como barniz sin lámina donde hallar

un racimo de flores blancas, como áspid que deambula

por la doblez de todos los himnos, por la cumbre inalcanzable

de las voces que rocían con un aura de luna al vano esqueje,

al tallo débil y su escorzo que dibuja en espiral rocío de pétalos

desde un cielo incólume, y tú que en la siembra aún elijes

el surco frío donde no hay germen de flor, y tú que en la lluvia

rondas con manto de agua la aridez de los palacios por si un haz

caprichoso moja la desnudez altiva de tu carne vas del carmesí

a la anciana oscuridad como implorando ser el cometa que visita

las auroras con sus largos atavíos de meteoro y su luz de rayo nauta,

como si fueras el circuito que abre a las cortinas de la muerte su vacío

de fisura, su elemental máscara de brevedad que un día quiso

parecerse a la rosa de piedra que en el jardín del tiempo

luce el color sin nombre de los antiguos mitos que aúllan sed.

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