Como esperando al tigre que parpadea en el rincón
más oscuro de la noche va el pensamiento con la llama
lúcida en los intersticios de la carne a impedir la fiebre
que madura en la profundidad de los ojos, y se desdobla
el cristal y en su envés, tras el visillo irreal de los párpados,
el fantasma del sueño espera a que baje el telón de la vigilia
y se haga lienzo el ardid donde se libere la rosa del instinto,
el clamor invencible de la palabra muda que tiembla
en los labios como una letanía de ángeles sin cielo,
pero no, aún la luz en lo hondo, todavía la rémora
del día arrastra un nimbo que llueve sin tregua ni
pausa sobre las pupilas en vela, y no hay paz, no existe
el oasis puro en la habitación anochecida, ni el silencio
es ya esa nana que en los oídos invita al sueño a recogerse
como un niño entre los brazos de una virgen-madre o al
amparo de una luna que anuncie la llegada del feliz sosiego.
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