En el mar de mi piel el ojo negro del dolor,
cuál el origen si no había otra luz que la de un sol
de verano; llegó el áspid con el silbido innoble del azar,
llegó la nube de sulfuro que asoló la epidermis
del inocente, vino la llamarada como una nieve
de incandescencia a morir en el suave manto
de mi cuerpo, y no fue mi desnudez quien le abrió
las puertas a la herida que hizo de mí su refugio;
ahora es la quemazón un ascua voraz que dibujó en mi piel
el perfil de una cicatriz a la que ya considero mi única patria.
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