martes, 25 de noviembre de 2025

Cada noche persigo al fantasma que fuiste

 

Has convidado al solsticio, a la sangre del poeta,

al dios que elucubra, a tu rosa azul en el alfeizar.


Es un abril místico con el canto fúnebre del pájaro,

en qué papel escribiste líneas de nieve que se hacían largas

como disparos interminables en ráfagas de luz.


El tesoro llegó con el carámbano, con el frío de un hielo traslúcido

bajo los dinteles, me decías de la luna como si en tu rostro

la perla luminosa encendiera burbujas de champán

con la alegría de sabernos canción.


¿Cuándo la palabra mecida por el aire múltiple de las voces

hizo de mí una flor de amistad?


Porque era agua, porque había en ti risas de murciélago,

porque con el ojal desnudo de tu blusa

los pechos hablaban tras el color sin sombra del edén,

porque el alba era un cisne en el lago de tus pupilas

y de tanta penumbra, tanto interludio

que ya la música volvía a su jardín como si el hambre

buscara lombrices amargas entre los resquicios del sueño

con los segundos por enhebrar luces de carbón.


La noche me mira y descubro sus ojos de libélula,

sed de labios que se abren para sentir el matiz de los diálogos.


En qué latitud hallaré tu casa, dime, ahora que la lluvia es la paz

y en las farolas ríen los besos del pasado.


Ahora que te ves en la nube de los espejos de cualquier comercio de arrabal

y nos espían las golondrinas con el filo de sus alas agitándose

como parpadeos de locura en la siniestra oscuridad.


Adónde el rastro de fluorescencia que al caminar arrojas

desde el pedestal de tu columna breve; y si te busco al morir el día,

con rododendros, episodios florales entre los círculos de la alameda

y no encuentro tus huellas como heridas sin sangre

ni en el portal de los cines vagan tus élitros

para que yo dibuje las letras de tu nombre en los rótulos.


Si tampoco por el paseo junto al mar de la infancia o en las plazas recónditas,

en los bares cutres, en las páginas de los libros de segunda mano,

en las aceras que son como vías de un tren sin estación

existe ya un puente de amor, un ritual de deseos,

una brisa húmeda que nos moje a la vez las bocas

que, sin hablar, se volvieron un ósculo de piedra,

una voz sin la memoria en éxtasis de la juventud perdida.







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