La barca se desliza como un gran pez de metal.
En las laderas algunos bancos de vid,
castillos medievales en ruinas,
ningún pájaro en el cielo.
El día está tan gris como el agua del río.
A estribor una terraza con música y gente que baila,
a babor un embarcadero vacío,
a proa una estatua que apenas se ve en la distancia
y en la popa un nombre escrito con grandes letras rojas:
la sirenita del Rin.
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