Ya la lluvia es para ti una máscara que arroja
las guirnaldas del agua por corredores múltiples.
No durmió el infantil ruego que, tras los cristales de la noche,
contempló la huida de tu piel bajo un sollozo dulce.
Sientes al árbol crecer en el espacio que deja la sinrazón del olvido
y es el vago cariz de las palabras un asomo de virtud
en las bocas que silabean tu nombre.
Pináculos con siglos que cuelgan de la robusta sed del tiempo.
Con rostro de mujer, sin las alas del ángel en su espalda de abril,
camina el arrojo que vierte eclipses fugaces por el surco que ciega
de resplandor frío los metros cuadrados que dan fe de la lejanía
que nos reduce a sombras
entre luz y luz.
Ventanas que miran sin ver los portales incoloros del azar.
Y del flujo que va de tu esquivo tránsito al lineal trayecto
donde mis pies son dos almas que sigilosamente
buscan tu huella bajo las cornisas del hambre
nació, de un íntimo vestigio, el perfil de tu helada nube
que ahora llueve finitud como si desde un aljibe llovieran,
sin pausa, flores de desamor
y de nostalgia.
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