Con la yema del sueño palpas la rendija que se abrirá al horizonte.
Sabes que no existe un adiós si en cada paso vences al pájaro
que surca las arterias del silencio con las alas rotas del ayer.
En tu cicatriz de infancia aún relucen las acuarelas que en los arco iris
son eco de una fragua donde crepitan las olas del éxtasis,
el mercurio volátil que arrojaste a la luz con el orgullo del niño
que desnuda su arrebol entre cantos de sílice.
Y descubres el hondo candil de la voz que en ti ilumina la palabra
sin el rastro del rubor en los pómulos, sin el alba en la noche que describe tu ciudad
de farol encanecido, de sombras en las acequias yacentes, de ímpetu que se adueña
de los corales luminosos, de la fe sin tregua de las rosas que han brotado desde tus ojos,
de un azul en llamas.
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