En la arena de mi piel no hay huellas de caravanas
ni en el aire que asola mis bronquios hay oasis
que humedezcan el oxígeno ardiente que alimentó
con su flujo la ceniza de mi noche.
Surca la luz el vientre de los espejismos
como un látigo irreal que golpease el horizonte
con un temblor ciego de párpados que sueñan
con icebergs en un mar sin agua ni azul.
Hundo mis pies en tu clepsidra
y avanzo ciegamente por los desiertos del alma
donde no hay un pozo que socorra
a mi voluntad de sobrevivir sin ti.
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