Húmeda piedra que en el invierno lloras
como una amante abandonada por la luz de un sol esquivo
vierte el aljibe de tu piel en el cristal de los charcos
que reflejan el misterio de la nube, la huida del ángel,
el ciclo del pájaro que torna en círculo y nada en el espejo
que pisará la curvatura de un zapato fugaz, pared de granito
y mica en la testuz que se eleva con las ventanas ojivales abiertas
al aire gris de una tarde colmada de jazmín y lluvia,
manantial que fluye en surco por el sillar enmohecido,
el canto del canalón con el coro del agua en sus entrañas
como álgebra de gotas en la arteria de zinc que doliente
derrama su sangre traslúcida sobre el ajedrez de los adoquines
mientras en el cielo la bóveda gris se arracima en cúmulos
como una esponja irreal que exprime su líquido hasta
que a la frágil fontana llegue el azul que clarea el día.
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