miércoles, 25 de septiembre de 2024

En un Palacio de Viena

 

Aún vibra la luz en los cristales pulidos, aún el estuco y el oro,

los muebles pintados, el color de la seda, la orfebrería oriental

y las molduras barrocas, el silencio roto por el eco de un galope

imaginario, palpitan; persiste aquí su memoria entre el deslizarse de los tranvías

y la mirada viajera que admira el esplendor de los siglos del águila y la cruz,

la fastuosidad del poder, el lujo como una evocación de columnas enhiestas,

de esquinas pulidas, de arañas en los techos, de ventanas múltiples

que relucen bajo un sol que acompañó con su luz la relevante edad

de un imperio del que solo persiste la testimonial presencia de los palacios,

la herrumbre verde de las estatuas, el nombre de los santos

como guardianes de la fe y el rumor una música alegre en los salones,

de rigodón o de vals, la armonía del baile que se desdobla

en los espejos como un carnaval de colores y telas,

de máscaras y tul, de recamados trajes, medallas y honores,

la voz dulce de Madame o la voz masculina de un Princeps

entrecruzándose igual que hilos que tejieran un paño infantil

que se llevará el aire, como se lleva la vida, la magnificencia,

el poder efímero y circunstancial de los hombres.

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