martes, 24 de septiembre de 2024

Ciudad imperial

 

Este silencio atroz del herrumbre y la piedra gris,
el azul de los lábaros en la torcida esbeltez del arquitrabe,
estertores de la piedra que anuncian el frío de la ruindad.

Todo lo que hay no huye de la voz del tiempo,
está anclado en la hueste de los galopes olvidados,
en el hierro de las campanas,
en la frágil virtud de las torres
que fingen no haberse entregado a la luz
mientras la desnudez de los puentes absorbe el fluir del río,
la crecida lengua que lame al árbol donde la espada
que arrojó el adalid desde la alta efigie
exhibe una pátina de infinitud.

Oh! poder del viento en la noche que cruza las rejas
y vence a las estatuas, cercado el pedestal
por demonios de plata y bronce,
estatuas cuatralbas en el confín de la gloria
y el pálpito de las iglesias todavía en cenizas bajo la aventura de la fe.

Un silencio de nieve árida en los portales,
la simbiosis del reloj y la luna,
el misterio que bordea las plazas y gruñe en la sombra alzada del torreón,
la música que tremola tras la celosía,
aleluyas y tendidos féretros
que responden al cáliz como herejes
sin que les tiemble el orgullo del labio agrietado,
sin la sincronía ni la coherencia de los vestigios
cuyo fulgor atenúa la herida,
sin la cruz sobre el casco de oro ni la fíbula de plata en los encajes,
sin el corazón altivo de un rey tras el escudo
ni el frenesí del caballo que golpea la piel de los adoquines.

Aquí donde truena el viento y asoman los cuervos amigos del novelista,
estéril su rostro cetrino, el soñar veleidoso de un submundo de matices,
la monstruosidad iluminada por la luz del atardecer,
la fina urdimbre de las palabras escritas desde la negación de la paz
mientras el creyente escucha a las voces ennegrecidas
columpiarse entre el horror y la pesadumbre,
el absurdo canto de un funcionario que sobrevive en la tiniebla,
sin la palabra cósmica, con el colibrí del sueño
y su trino de ave frágil bajo la vertical de una cruz
que desafía al futuro.

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