viernes, 9 de octubre de 2020

Al fin comprendí que no era en mí en quien pensabas

Ella vio en mí una máscara,
un cuerpo que parece
la sombra de otro.

Saludó, equivocada,
al reflejo que en su mente se dibujó
como una cicatriz oculta.

Y siguió el juego, la mirada al trasluz,
o más allá, en el alrededor de los sueños,
la princesa que ata un alud a su vida.

No sé por qué existieron los lugares comunes,
las mismas horas, las inquietudes en una coreografía de cines,
los pubs con la única faz de mil preguntas sin voz,
la decepción si no nos recibe el amanecer
anudando la sed de los cuerpos.

Su alegría llegaba con el carmín de los veranos,
la caricia en el portal de algún viento amable,
el rímel en las pestañas, los vestidos volátiles
igual que medusas sin océano.

Pero ella solo decía ayer y pensaba en los estigmas,
en la liviandad de los sentimientos,
en el hilo inocente que se enreda a un corazón.

Me di cuenta de que el mediodía era oscuridad
cuando una rosa se escapó de su seno
y golondrinas azules viajaron hacia el hogar de los eclipses.

Un párpado roto fue la huella invisible del tiempo,
nos juntó el misterio y nos alejó un nombre
que jamás compartió conmigo.

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