jueves, 10 de octubre de 2019

Historia de un mendigo


*Fotografía de Lee Jeffries

Aquí no hay un espejo, cuánto hace que no me miro
en un espejo, seré tacto, barba hirsuta, olor de chaqueta
muerta, de ropa muerta, de muerto en andrajos. Salir
a la orilla del esputo, el que dejé ayer junto a la alcohólica
que ríe con dientes podridos, isla y agujeros, invierno
de dragones, viento que es un amigo, igual que la lluvia
o el hambre, tuve país, hogar y futuro, hoy las ratas
me acompañan mientras arrastro el violín de mis zapatos
sobre un suelo de voraces gusanos a los que alimento
con el orín que, lentamente, corre, como vena o río azul
hasta el desleído oráculo de las baldosas. Quise, amé
el rojo océano desde el lugar incontinente de una ciudad ardida.
Para qué venir a poblar los sueños, hay rastros y gotas
de sangre y varices sobre las farolas, hay estómagos
desvirgados que cuelgan de los frutales, y túneles
de alcanfor con cartones dibujados por falsos profetas.
Humo de colillas, alcohol de garrafa, mugre y vicio
como un chicle que se escupe amargo. Perdí el reloj
y ya no sé el día, conozco un refugio bajo una roca
donde el mar no llega, ni llega el claxon de los mercedes,
ni el oro blanco de los mentirosos, ni el fétido aliento
de los ricos, ni la dulce rutina de los que mueren
en sus trabajos. Soy un mundo subterráneo
en un acuario de abalorios, pero es tan mía la luz,
tan mío este instante, que solo con el desprecio reirá mi ser.

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