viernes, 18 de octubre de 2019

Bajo tu paraguas

Dicen que aquí los minutos son húmedos
como un violín que llora. Semillas en el cristal
de iris traslúcido, zumo de brevas bajo el dintel.
Qué ciudad rompe las estrías de la luna
y se viste con el rumor de la piedra y la caricia del agua.
Pasos de niño sin un reflejo de luz,
olores de mercado en las branquias de la noche.
Me acostumbré a no soñar con palomas
y fui un lagarto contra el gris de la nube,
un ruiseñor en los balcones de la juventud.
Hubo jardines de púas blancas y una imagen solitaria
de pájaros comiéndose el corazón de un hombre.
Me nacieron alas de orgullo y, sin querer,
piaba en los trenes como un loco que no cree en su locura.
A fuerza de imaginar un sol, seguí las huellas de tu piel
hasta el confín de la música y me oculté en la piedad
de los antros oscuros, solo para ser tu sombra o tu delirio.
Y llueve, llueve aquí, en los lugares sin alma,
en la ceniza del desdén. Cada vez que el cielo agita
su catarata ángeles líquidos, yo recuerdo
que bajo tu paraguas había luz, un hogar de hojas secas,
un desliz y un nido tan dulce como la inmortalidad de los sueños.

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