jueves, 1 de marzo de 2018

La ducha

Su canto, su canto de agua.

Como deshojar una flor,
así el cuerpo que naufraga en el rocío cálido,
así la evanescencia donde la incertidumbre
se asfixia entre lamidos de vapor
y arcángeles que pueblan de hogueras
el instante.

Has entrado con la desnudez de la amapola,
inicias la solemne ceremonia de la pureza,
una breve lágrima en tu piel
que anima el color de un aséptico perfume,
una línea-la que sigue la rutina ambigua de la timidez-
recorre las distancias invisibles,
del hombro al pecho,
al calcañar,
a la rodilla dulce,
al vientre levemente alado,
al sexo que quiere un cisne
que picotee en su rumor.

Son minutos de amante manantial,
son el latido íntimo de todos los pecados que han muerto,
la música que inmola a los espejos,
el trino de la satisfacción
cuando la toalla se aproxima
y envuelve la bisectriz que son las estrías,
los poros otra vez abiertos,
la memoria que suda entre la densidad del vapor;
allí donde muere el cristal, y los músculos,
y la voz, y el tacto reviven
como en una bendición que nunca esperaste.

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