Pasó el tiempo de los pájaros
que migran al sur.
Soy raíz de piedra,
estatua inmóvil de un norte
sin mañana.
Al este sigues tú,
al oeste mi ocaso.
Pasó el tiempo de los pájaros
que migran al sur.
Soy raíz de piedra,
estatua inmóvil de un norte
sin mañana.
Al este sigues tú,
al oeste mi ocaso.
¿Qué persiguen los galgos que corren por mis ojos?
¿Una casa grande,
un automóvil veloz,
un barco que navegue
sobre un mar de oro?
No es eso.
Lo que persiguen los galgos de mis ojos es la luz de la mañana.
Nunca la puedo atrapar, siempre llega antes la noche.
Así tiembla la fibra que en el interior brota
de la mirada como un prodigio imposible de adivinar.
Su rayo certero se hunde en la raíz del alma
con la eficacia de un bisturí, sacia el color,
encumbra la música, es una imagen que estalla en el corazón
igual que el trueno cuando asola la quietud de la noche.
Convierte los segundos en efluvio de eternidad
si los ojos no consiguen apartarse de la desnudez
que se muestra indócil al núcleo sensible de lo humano,
y llega la lágrima porque el sentimiento de no poseer
indefinidamente la armonía, las proporciones, las formas,
los arpegios de un ideal es causa de un dolor íntimo.
O viene la dicha con su canto efímero de éxtasis
que reposa en el nido de la mirada,
en el placer que llega al oído desde la música como un don de ángeles,
en la naturaleza de la que nace el asombro,
en la perfección de los cuerpos que aún son jóvenes.
En tu mundo que no se muestra, se intuye en la palabra,
en el amor, en la bondad que es perenne en ti
como un árbol de oro que brilla bajo un océano que nadie surca.
Calma del agua que vierte su racimo de gotas en la serena
quietud de la tarde. Ella pinta ángeles bajo los aleros como
si ateridos de humedad se refugiaran en las cornisas para
convertir en inmóviles sus alas. Ella aún desprende luz de luna
si la llamada de unos ojos recuerda la simbiosis celeste de su piel
con el haz que la medianoche dejó en su perfil,
mixtura que se convierte en fulgor cuando la memoria
repite el eco de la magia de ver la transparencia de la luz
sobre un halo virgen que envuelve el cáliz de un cuerpo
con la rosa alba que la luna deposita en los hombros desnudos
hincándose como flores de nieve en los promontorios mas altivos
de la carne. Calma del agua que moja la testuz de los caballos
en la fontana, paciencia del cristal y sus biseles donde se quiebra
el rimero que fluye hasta el contorno de una ventana en penumbra,
infancia de la claridad bajo la sombra gris de los cúmulos,
paraguas sin nadie como pájaros negros sobrevolando
la corriente de un río insomne, la sonrisa que pintó
para ella un ángel en su impermeable azul con la forma
dorada de un sol de invierno me recuerda que siempre
fue la luz que iluminó la oscura faz de mi alma.
La imagen permanece como si el tiempo fuera
una gota de piedra que cae sobre la fugitiva sed de los minutos.
Inédito fluir de los relojes que nombran el mañana
antes de que el presente viva en la memoria
de quien ya es pasado al sonreír a un objetivo
que cierra su ojo para retener el instante
que nunca será espejo de una realidad inmóvil.
Tu blusa blanca y mi camisa azul, el lugar donde el sol de agosto
reproduce su ciclo de luz, el cielo claro, el trigal como un cabello
de trenzas amarillas que mueve el aire, el infinito horizonte,
la res y las colmenas, el escenario existe, nosotros no,
aunque falsamente perduren en un papel multicolor
la piel joven y la imagen tuya que hoy me sonríe
desde el ayer mientras contemplamos juntos
aquella fotografía que ya no recuerdo quien nos hizo
con la cámara que aún guardas en la buhardilla
como un tótem que ya no volverás a usar.
Aunque oiga las palabras del odio
su interpretación es distinta
porque no concibe la maldad del sentimiento.
Siempre será un niño que juega,
un árbol que crece hacia la luz,
el agua más pura del más puro manantial.
Cuando alguien señala lo negro él señala lo blanco.
Cree en ti porque eres su amigo
y no es capaz de presentir
la traición ni el engaño
que un día asomará
en el azul de tus ojos.
Te observas por el revés del espejo en el lugar oscuro
donde la claridad no llega a definir el contorno
que delimita tu espacio sin alma.
Y llueven los candiles como flores de la luz
y se desnuda la ola de su espuma frágil
cuando el aire fustiga la efervescencia que mana de sus cabellos volátiles.
Confundes la armonía con el velamen de un barco que va a la deriva,
sales de la sombra a un sol estéril que no calienta tu piel
mientras los ecos de viejas canciones consiguen que nazca la lágrima
en unos ojos sin fe.
A través del vidrio vuelve el azul de un mar herido
por la luz anciana de los recuerdos.
¿En qué vial dejaste las huellas que borró el céfiro de la noche?
Colgado de la pared un dibujo de infancia te mira
y no descubre en ti al niño que fuiste
ahora que todo es negrura en la faz de los espejos.
Es un mapa donde el silencio extiende su ceniza
de años mientras recibe del sol la suave caricia
del fulgor en los poros abiertos a la luz del mediodía,
la cubren los vestidos de la edad con el traje recién
estrenado de la infancia, la lisa enagua de la juventud
y el áspero organdí que se aja como un delta cuando
la senectud asoma en los pliegues exhaustos de un tiempo
largamente vivido, y es también veladura de órganos,
superficie donde germina el vello, máscara que cubre
con su transparencia el latir de un corazón que sueña.
Voy tejiendo con hilos de ansia el tapiz inacabado que me viste,
en él dibujo las islas que recorrí por el mar sin nombre de las horas,
en él escribo las palabras del éxtasis cuando al fin asoma el fruto
maduro sobre el árbol del tiempo con su pulpa abierta, ya en sazón,
después del frío invierno en que la penuria escarchó la rama sin el sol
benefactor de julio lamiendo su piel aún verde de infantil virginidad;
en él pinto las amapolas que nunca vi que no son de color carmín
sino azules como el cielo de unos ojos encendidos de mar; en él grabo
el paisaje que soy con mis ríos de nieve y mis playas de coral, con el jazmín
en el pecho de un hombre desnudo, con la soledad como una lluvia
que cae más allá de mí en el trigal dormido donde mis sueños
son espigas que brotan tras las huellas que dejó el que un día fui
antes de ser hoy la esperanza alegre de un futuro por cumplir.
Este incendio de días lúgubres va pesando como un ascua
que no cesa de quemar, la desgracia es un rayo que fulmina
el brote verde de la esperanza, heridas interiores como un tizón
que no sale a la luz abren surcos de temblor en los pechos,
quemaduras viejas nunca cerradas, rojas estalactitas que hunden
sus filos en la tranquilidad del silencio, agrede cada espasmo
del reloj con bisturís de desaliento y sufre la piel, la carne
y el corazón el vendaval del infortunio, la pena del insomne
se vuelve omnímoda y callan las campanas festivas de la alegría
y todo es invierno en los oasis donde la felicidad dormía bajo
el sol de la ventura, un sonido, apenas murmullo, va creciendo
en la soledad de la palabra y nace el grito como un hondo aullido
en la penumbra, inarticulada voz que lleva dentro un clamor
virgen ante el infausto acontecer de la injusticia más cruel.
Cuando vi la isla
conocí tu nombre.
Pétalos de ámbar
en la flor de un beso.
El volcán de tus ojos
deja ceniza de luna
en mis ojos de niño.
Tu piel se abre
como un fruto maduro
a la luz de la mañana.
Si digo tu nombre regresan
la flor, el volcán, tu piel
y el fruto que al dibujarlo tiene
la forma de tu isla.
Húmeda piedra que en el invierno lloras
como una amante abandonada por la luz de un sol esquivo
vierte el aljibe de tu piel en el cristal de los charcos
que reflejan el misterio de la nube, la huida del ángel,
el ciclo del pájaro que torna en círculo y nada en el espejo
que pisará la curvatura de un zapato fugaz, pared de granito
y mica en la testuz que se eleva con las ventanas ojivales abiertas
al aire gris de una tarde colmada de jazmín y lluvia,
manantial que fluye en surco por el sillar enmohecido,
el canto del canalón con el coro del agua en sus entrañas
como álgebra de gotas en la arteria de zinc que doliente
derrama su sangre traslúcida sobre el ajedrez de los adoquines
mientras en el cielo la bóveda gris se arracima en cúmulos
como una esponja irreal que exprime su líquido hasta
que a la frágil fontana llegue el azul que clarea el día.
Es un puzle que se crea a sí mismo.
Sin ninguna referencia.
Colores que vibran en el arco iris a lo lejos sobre un racimo de nubes,
color de pena tu color en los ángulos de tu boca, paisaje de color
en el vientre de la primavera, mosaico de luna gris la medianoche
cuando no hay luz en la ventana prohibida, encendido el color
que fluye como un río entre muebles que nombran la gracia visual
de la policromía en la juventud de las habitaciones, color niebla sin color,
esencia del humo, traslúcida materia del éter, transparencia del color
en el agua que cae sin el ropaje multicolor de un caleidoscopio
en la pupila del niño, amarilla la mies, verde el árbol del ensueño,
azul el pétalo de la flor azul, rojo de carmín en la brevedad de tus labios,
añil la sangre del nenúfar, naranja el fruto de un verso color naranja,
marrón el color que no ha visto otro color que el olvido, magenta
la noche que se convirtió en alba, el color sin color de la lluvia
en el cristal, blancura del color en la sábana limpia, aurora del color
cuando amanece y yo la intuyo carmesí desde la luz de mi cielo boreal.
Proyecta una vida que solo dure ciento veinte minutos.
Una historia falsa que sea más real que la tuya.
Un guion siempre inacabado
con pistoleros, espías, corsarios,
elegantes ladrones iguales a ti.
Donde cada principio nazca de un final
y cada final nunca termine.
Donde triunfes como galán o como héroe.
Un film que te salve de tu auténtica vida
que ya no soportas.
En la arena de mi piel no hay huellas de caravanas
ni en el aire que asola mis bronquios hay oasis
que humedezcan el oxígeno ardiente que alimentó
con su flujo la ceniza de mi noche.
Surca la luz el vientre de los espejismos
como un látigo irreal que golpease el horizonte
con un temblor ciego de párpados que sueñan
con icebergs en un mar sin agua ni azul.
Hundo mis pies en tu clepsidra
y avanzo ciegamente por los desiertos del alma
donde no hay un pozo que socorra
a mi voluntad de sobrevivir sin ti.
Nada queda como residuo del tiempo compartido.
El aire sucede, la voz no escucha otras voces,
la palabra ya no es esgrima de significados,
en los espejos nunca se refleja la multitud,
solo un ser sin sombra descubre la imagen ilusa
de duplicarse en el azogue como un falso ardid
que amortigua el dolor de sentirse único.
Son bisturís de silencio los minutos
que hieren la perpetua canción de los relojes,
siempre hay desnudez aunque se vista de luz la memoria
que nos trae el recuerdo de un pasado en común,
aquella infancia que negaba la soledad,
donde todo era múltiple y no existía
esta sensación de sueño perdido
en la profundidad de un corazón
que ahora teme al futuro.
Solo piedra y sostén bajo el cielo azul de febrero.
Cruzaré desnudo el umbral abierto a la luz
como desvestido de mar
en la duna de un aire sin memoria.
Diez faroles en el pretil donde los pájaros se posan
como vigías que esperan al arco iris
que luce en su vientre
el invisible color de la esperanza.
Hay orillas que son como labios de un manantial
que trae la rosa blanca de la nevada
mordiendo el corazón del río.
Es el río la sangre transparente de los días que fluyen sin ti
hacia el estuario que forma cabellos de agua
disgregándose en la inmensidad sin alma del océano
lo mismo que una voz se disgrega en cien sílabas de olvido.
En el tambor del cristal el viento golpea con el ritmo alegre de una música que hace vibrar la piel transparente de la ventana donde ya no se refleja mi rostro al no persistir la claridad que trajo el alba a mi habitación oscura. Aquí el silencio se hace sombra y pinta en la pared nubes de soledad, cúmulos grises con silueta de bosque, fantasmagoría de borrasca en mis ojos que ven la lluvia como si de ellos brotara un alud de agua bajo la inútil techumbre de los párpados. Regresa el niño que fui al temor de las cicatrices azules en la algodonosa matriz donde ya no está el púrpura que antecede al esférico sol del amanecer, la mañana es un relámpago voraz y el trueno un susurro de ángeles sordos que asusta a la memoria pues sus voces llegan con el timbal ardiente de una algarabía estentórea que recuerda al frenesí ronco del aleteo de una bandada de gorriones que unen sus arpegios múltiples para que en el oído infantil una única nota estalle con estruendo de volcán en la omnímoda paz de los tímpanos.
El mar deja una pátina de sal en el maquillaje de la noche.
Palabras de encuentro, sin subterfugio, devoran la luz,
penumbra que cae como nieve en los labios rojos de los maniquís.
Y son nubes las historias que no se dicen bajo el cielo mudo
donde la ausencia de los pájaros se llevó la canción del alba.
Y se abren puertas y se cierran ventanas y el aire es azul
como un océano en los ojos del tiempo.
Hay un rumor de lirios en los búcaros,
un idioma sin sílabas ni edad,
solamente música que transita el espacio que ocupa
el jardín de tu nombre.
En mis párpados está cautiva la sombra de la noche
y en tu cuerpo desnudo el sol extiende su aura,
son testigos el silencio y mis ojos que te ven dormir
vestida de luz como una novia.
Introduce la llave en el ojo del bombín.
Gira de izquierda a derecha el mástil
que encaja perfectamente en la hendidura.
Sostén el níquel redondo con firmeza entre los dedos.
Haz la presión necesaria para descubrir que tu mundo sigue ahí,
inviolado.
Solo serán dos giros de tu ágil muñeca para retornar al paraíso.
Un paraíso donde no vivís nadie más que tú y los recuerdos.
Aunque me busques en la raíz, en el mismo centro del pozo que soy, allí donde la cara invisible de mi luna no deja ver la transparencia de mis actos, aunque te escriba mil veces cada razón que justifica mi proceder, aunque me juzgues por las huellas que voy dejando como migajas de pan por los senderos de los días y la palabra asome a cada pregunta sin la verdad más diáfana en mi rostro, aunque te jure que tengo un corazón que habla por mí y unos ojos que te miran en silencio con la sinceridad de un perro fiel, aunque entre las ruinas de la noche descubras una luz que ilumina mi ser desnudo y no creas que es mi cuerpo el que se muestra a ti sin artificios, solo con un nombre en los labios y una rosa de amor en la mirada, aunque no llore si te veo llorar ni te acompañe con mi sonrisa al despertar del sueño; créeme si te digo que soy así, tal como me ves, transparente como el cristal en el que se refleja el perfil que ahora observas junto a ti, adorándote.
Ábrete al día como se abre una flor a la luz de la mañana.
Con la alegría de una novia
que entrega al sol
la virginidad
de su sombra.
La noche escribe lenta una oración de labios
que se rozan como si la partitura del amor
necesitara el canto de la lluvia en los alféizares
para sentir el fluido perenne de la dicha que dibuja
un mapa cálido en las alas de dos bocas sellando
el misterio de la eternidad, y es la cópula febril
un baile húmedo de panteras mordiendo la lujuria
del ansia que cierra los párpados en un delirio
fugaz, así el rumor de la fuente enjugando la carne
rosada con la lengua trepadora deslizándose por la cueva
sin luz donde el marfil del colmillo hinca su tridente
en el mar de las papilas hasta el fluir leve de un manantial
que une la silueta de los ríos en una sola cadencia,
en un solo latido de armónica pulsión hasta el éxtasis
que silabea un nombre, simplemente un nombre
que es deidad vertiéndose bajo el farol que adorna
con un racimo de luz la oscura sed de los amantes.
¿Y si no hay mar, dónde la gracia de tu baile
entre ondas de espuma blanca?
Es tan suave, tan armonioso, tan seductor
el canto que en tus labios germina
igual que un cáliz de lujuria.
Un coro de delfines te acompaña por las crestas
invencibles de un océano sin paz.
Rizos dorados que caen sobre tu pecho de añil,
la plata brota de la cintura en sortilegios
que brillan como collares al sol de una luz sin alma.
No anuncias mi nombre en tu isla de coral,
es suficiente el eco indistinguible de una música
que llega confundida con el rumor del mar
a mis oídos.
Con la aurora te muestras, con el crepúsculo te escondes,
al mediodía cantas, con la voz del ensueño,
y yo te sigo, sin pensarlo.
Cientos de batallas regresan a mis ojos cuando los párpados
enrojecen por la sangre vertida en el preludio estéril de mi muerte,
galopa mi caballo sin la grupa del jinete, en el filo de mi espada
agonizan las almas de los vencidos, este fragor de armaduras
fulge como hoguera de exterminio en el ojo del encuentro
frontal de los invictos contendientes bajo un cielo gris de lluvia
que no limpia las extremidades mutiladas vertidas sobre un campo
rojo donde los ríos de la finitud corren como fluido de extinción,
este olor a vísceras abiertas a la luz me llega ahora que, acribillado
por los mastines de la venganza, rememoro mi infancia en el vergel
de oriente bajo palmeras que daban sombra a las tiendas coloridas
donde vivir era solo un juego junto al oasis que me vio nacer,
humareda y calima en lontananza, a mi lado los estandartes
que ya no mece el aire, escudos de pino, lanzas y yelmos,
blasones y medias lunas como trofeos de rendición en montículos
que conmemoran la derrota sin piedad de mis creencias, herido diez
veces, con el estertor en los labios, mis rodillas rozando la tierra verdecida,
golpeo a mis enemigos, mato y me matan en el anochecer de pájaros sin luna;
en este fin cruel solo un recuerdo me asalta, tu carne virgen, tu amor puro,
tu juventud abrazándome y yo en tu regazo, dormido guerrero que reposa
en la calidez de aquel vientre que me regalaba la paz de los sueños.
Bendecid al coro de los faunos que arriban con la música de la tuba
en los labios rojos, ah! deidad del sol que invita a mi carne al flujo procaz
de las estrellas, pedestales en la roca que vestí de guirnaldas, coronas y alelís:
ven tú frágil paloma que te vistes con la túnica vaporosa que transparenta
los senos y el vientre lujurioso, canta oh! sátiro tu canción festiva
tras el banquete de sabrosas viandas, de vino carmesí en las ánforas
de barro donde el dibujo colosal de los miembros se eleva hasta ensartar
la vulva blanca, corre el viento por la estancia con ecos de ninfas en la voz
que aúlla de éxtasis, frenesí de luna que rieló en la noche, altas estatuas
de un dios solar, vanagloria de la luz que vaga por mi ojos cohibidos
por las danzas y la armonía salvaje del furor, soy césar de nimbo blanco,
pámpanos entre los cabellos vagamente rizados por el aire vespertino,
golondrinas y pájaros sin negrura por el cielo simbolizan la gloria radiante
de la claridad, pesadumbre de otros dioses que imploran un pedestal
junto a mi cama de niño, presagios de aves cuyas entrañas predicen
mi nostalgia por las áridas tierras de El-gabal, racimos de sol en las higueras,
los olivos, el río donde lavó madre mis pies infantiles, nunca entendieron que la luz
es de oro y el destino un rayo que barre todas las creencias que hirieron
sus párpados ante el rostro etéreo del inmortal dios del alba y los amaneceres
púrpura, el disco que amarillea imperial y da calor a la vida de los hombres.
¿Hasta cuándo en mi corazón su latido insomne
que funde la placidez indolora
con el hierro candente del infortunio?
Heridas de amor que queman los sueños,
lame el fulgor de la hoguera mi piel desnuda
con su lengua de olvido en la necrosis que forma
un lago negro en el jardín de la esperanza.
Las invisibles llamas interiores son colmillos
que muerden las vísceras como un animal muerde
en el cuello de la noche para ver la sangre de la luna.
Un círculo marca el límite de su beso en la extremidad incauta.
Allí no hay mas que sombra.
Encontrarse en el lugar medido por la razón del tiempo,
en el espacio y la luz que nos unen
bajo el sol que anuncia la mañana.
El tren del futuro es el nuestro
¿a qué hora llegará a la estación final del olvido?
Fijamos una cita, sin más,
la plaza con la fuente sin agua,
el banco azul y la espera
junto a los pájaros del frío.
Sintonicemos los relojes,
ya que nos aguarda
toda una vida en común.
¿Viaja con ellos mi alma,
o no es posible
porque mi alma tiene raíz
y vive en lo más hondo
de mi pensamiento?
Hoy aquí, mañana allá,
lugares y espacios
se suceden como sombras
que atraviesan el perfil de mis ojos.
Surcan aire, mar y tierra,
para ellos la lejanía es un destino por cumplir,
la llegada un punto en el horizonte
que de pronto habitas
sin darte cuenta.
En el fondo de mis párpados se rueda un film
con los días que transcurren
mecidos por las olas del tiempo.
Nadie más lo verá, soy a la vez espectador y protagonista,
no escribo el guion ni le pongo música,
no sé quién me acompañará
ni qué caminos transitaré.
Si el escenario del presente será también el escenario del futuro,
si el papel que represento dejará huella en alguien
o por el contrario solo habitará el olvido.
Sé el final pero no el cómo ni el cuándo,
en qué lugar,
de qué manera.
Dentro de mí hay una cámara que recoge cada instante que soy
y lo proyecta en el cine que oculto
en el fondo de mis párpados.
A cualquier parte podrás ir por el cielo de tu casa
Arriba en la techumbre hay estrellas y meteoros,
una luna próxima y flores celestes como rosas de luz.
El sol lamerá tu plumaje con los rayos vivos del día,
no habrá sombra en el azul
ni horizonte que a tus ojos se revele imposible de alcanzar.
Y así, desnudo, con el frío de la libertad mordiendo tus alas,
volarás hacia más allá de lo que ves
hasta el mismo centro
de tu yo desconocido.
Es un jilguero que atraviesa el aire y escribe palabras en la luz con la espuma del tono llegando a los oídos como un código que hay que descifrar en un diálogo donde el lenguaje es un pasajero de la verdad o de la máscara que urde historias tan frágiles que jamás se cumplirán, modulación de la palabra en el recipiente del sentido que diseña hilos de entendimiento, a menudo seductora igual que un labio cuando pronuncia las palabras como si fuera un ruiseñor bajo la noche cálida de un agosto lunar, grave como un río subterráneo, estridente como el chirrido del metal cuando lo afila el miedo, coro infantil en los parques y en los colegios, armonía de la canción si las notas son pájaros que vuelan libres por los cielos donde el silencio se inclina ante la belleza que inunda el corazón con la melodía de un ángel en las cuerdas vocales de un interprete que nos emociona sin saber porqué, grito procaz o susurro, en la confidencia flor de seducción, en la vejez ahogo de un manantial que apenas fluye, y si te hablo a ti un pedazo de amor o de amistad, con ella, y por ella, la palabra siempre canta.
Cuánta ternura en la nieve que cae bajo el asombro del día.
Así eres tú, silencio en la quietud que se disgrega
formando pétalos de agua, flor lívida tu piel blanquecina
con racimos de escarcha en los pechos, rocío que moja
el ardiente flujo de la pasión y deja un rictus en el rostro
de filamento herido por la fría nube de un pálpito helado.
La nieve calla su historia de tapiz y nombra la cadencia del aire
donde baila la hilatura de los ejércitos mudos,
aquellos que colonizan los paisajes de marzo
con las flores frágiles de su cabellera alba.
Nieve sin arpegios, nieve de ángel en mis ojos que lloran nieve.
Luna, ven a mí, no dejes caer esta lágrima de hielo que asoma
en las pestañas como un dibujo de cristales hexagonales
derramándose por el jardín sin abrigo de la hipotermia.