Qué mansedumbre de alas flotando sobre el manantial de la vida.
Lluvia y silencio en las horas de la quietud
cuando el vergel vive entre las nubes del agua
como una resurrección de álgidas flores
y tallos que se encumbran lo mismo que índices
hacia el azul del cielo.
Y vienes tú con la tarde en las mejillas,
ajena a la constancia del manso fluir de la lluvia
que moja el abril de tus ojos ya para siempre húmedos
como si lavaras tus pupilas con el sol fértil de las moléculas
que en el candil de los iris brillan igual que astros bendecidos
por tus pestañas enhiestas.
Y te ves en los charcos de la melancolía con tu ayer de margaritas deshojadas,
con los labios rojos de la juventud blandiendo su bandera de amor,
con las historias que fueron fanal en la penumbra de un túnel sin salida,
con los arpegios de una música que aún resuena en tus oídos
como una fuente de paz en los jardines del recuerdo.
Ahora yo soy el pájaro sin alas y tú la jaula abierta
que recoge en su bebedero el agua de la vida.
En ti hay futuro, en mí ya no sonríe la esperanza.
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