viernes, 12 de mayo de 2023

El tren

 

Yo era pasajero de un tren sin destino. Me vi junto al mar, entre trigales o robles o campos amarillos como el oro sucio de la nada. Las cigüeñas y el resplandor de las vías, la flecha de los pájaros en el horizonte, un azul y un rojo que vierten en índigo su ósmosis. Prosigue el tren sobre dos hilos de hierro, como halcón sin presa, como navío sin mar, continúa el arpegio monótono de un águila que recorre los vientos, la huella de antaño, el vigor del sol cuando irrumpe en la oscuridad ciega de la quietud, y la armonía de las luces, la noche con luciérnagas y búhos, y murciélagos que acompañan al efluvio de este humo inconcreto que se extiende hacia el techo lunar, hacia el ronquido de los bosques, hacia la mariposa que crece en los lagos del silencio. ¡Ah! de la fosforescencia de una mina abierta, ¡ah! de ese infanticidio de luna en las cabañas, los prados y las colmenas. Qué sonoro es el grito de la lechuza, el frío sobre la espiga, la familia del cuervo entre las hayas, el horóscopo del sueño sin mis ojos  marrones como esclusa o llave o ceniza de un rastro que viaja, que transcurre, que lentamente, con misterio, agita sus alas, mientras finge en el habitáculo ser un ruiseñor, un cactus mudo, la hiedra que trepa por los cristales -el mapa del sur huele a mandrágora, a cilantro, a anís, qué se yo-, rumores en el vagón número ocho, niños  que no paran de pedir agua, quejas e insomnio y este sonido blanco de alfiles en guerra junto a mis sienes, los kilómetros son un deseo, la voz salvadora me habla de una ciudad, mi ciudad. Ahora sé que este tren sí tenía un destino.

 

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