viernes, 12 de agosto de 2022

Un tren llamado incertidumbre

 

El anuncio de la partida en mis oídos,
la ausencia se viste con ecos de futuro.

En la estación no hay dioses ni arcángeles,
un perfume de olvido, oxígeno del adiós
apenas difumina el cobre de las arcadas,
el humo blanco de los trenes roba a la noche
su luz de luna, caen las sombras como un viento azul,
solo los ojos del niño entienden los espejismos del más allá,
la deriva de los sueños, la incógnita de una hospitalidad ciega.

Sin fulgor el halo rectangular de los rótulos,
timbres tan antiguos como la voz de la aurora
percuten en los minutos, hacen sangre de los horarios,
reverberan en la lisura de los billetes intactos.

Un perdido círculo de luz habita en el horizonte,
el tren proyecta un río o un derrumbe de aventuras y carne,
un gas de ramas genealógicas en los párpados,
una identidad de ojos verdes que despiden a los taxis vacíos.

La rabia del murciélago al no sentir el calor de los túneles,
la transición de los rostros sin mirada, las vías como venas
de níquel, la estrategia de las arañas bajo el farol; y un ayer
en la mochila de epístolas y certificados, de llaveros que no abren
ninguna puerta, de nombres que muy pronto se posaran
en el mañana como árboles de ahínco, o puñales de fracaso.

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