jueves, 25 de junio de 2020

Tren de domingo



Hay tardes ambiguas que crecen después de un recuerdo.

Día gris,
el mar que vi desde mi habitación era platino,
buscando su luna.

Mi cuerpo ya estaba en otro lugar
-el refugio de los jardines silvestres-
aunque tocara con los dedos
mis muslos
y me rozase el pantalón
con su estrategia de amparo.

Los domingos palidecen
porque su puerta se cierra
y los ojos miran al señuelo de otra semana por venir.

El autobús llega tarde
y yo temo el chirrido de las vías de ese tren
que se escapará
enseguida,
como un lobo hambriento,
hacia las luces de la noche.

No hay problema
-me digo-
son solo quince minutos cuando no hay tráfico.

Aquella mujer parece un viernes, se ríe,
el joven pelirrojo se hurga la nariz,
sin pausa,
cinco adultos
que no me importan
observan sus móviles
y yo que tirito
de fugacidad.

A las siete sale el tren,
ese mínimo tren de herrumbre y vagones fosilizados,
pero es mi tren,
mi juguete,
mi amigo de metal.

Ah! qué bruja es la vida,
no la vi en el andén,
su perfil, sin alas, se refleja en un vidrio.

Somos los únicos pasajeros del vagón,
circunstancias precisas donde las imágenes se doblan
y recogen un latido común
de árboles en flor.

Mi disfraz es el miedo,
luces blancas,
el inicio musculoso de los engranajes,
el movimiento sutil de las bielas,
la sinrazón de nosotros,
solo nosotros,
aquí.

Nada dije,
habitado por sombras
-durante el trayecto
ella leía un libro ajado, el Don Juan de Torrente-
al salir recordé algún lugar que los dos hubiéramos pisado
y le susurré:
- ¿tú estudiaste en el Eusebio da Guarda, ¿verdad?
¿quizá conozcas a Juan Gómez?
Te vi el otro día en la cola del cine, en aquella película de Truffaut…-

Pensé que la oruga tejía su hilo,
un café,
las palabras se unen en códigos
que la lenta armonía columpia.

“Te invito yo, podríamos vernos mañana,
aquí mismo, a las ocho”.

“Sí, claro”.

Entonces no sabía que a los pájaros
no les gusta la voz del mármol,
ni las ataduras del insomnio,
ni el blancor de las cimas
donde sienten
que hace mucho frío.

Tal vez , sin previo aviso,
le crecieran dos alas
porque ya nunca
regresó a mí.

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