viernes, 19 de junio de 2020

Habitación de estudiante

Nunca entendí
de dónde surge
una brizna de luz.

Llovía,
humedad en el rostro,
cansancio en los huesos
todavía
infantiles
y un pudor de rosas tras la alameda aguada.

Qué número,
qué portal,
qué vientre de nido
o cuál la indiferencia de un ascensor ciego.

La habitación estrecha
en la que languidece un girasol
-a la patrona le gustaría un pequeño jardín-
hoy es una lágrima de ojos cansados,
un desaliño de muebles
sin amor,
una pared que querría
soñar
mis sueños.

Para mí su abrazo,
para mí este rincón que hormiguea
en un delirio de ausencia.

Me la quedo
-le digo bajo el umbral a la dueña-
mi susurro se escapa en un guiñol
de ávidas mareas.

Hay luz y armonía,
una cama escuálida,
la mesa es un milagro azul,
el sillón parece un hombre obeso,
la ducha
una risa de agua
que bendice
la desnudez
-sin pretérito-
de mi juventud.

Un hogar es una geometría,
diez o veinte metros cuadrados,
para un corazón
en el que viven todas las quimeras.

El soñador solo reconoce un destino,
su patria son los ojos del tiempo,
esta habitación
me invita
porque quiere ser mi piel,
mi arco iris,
el oropel
que me cubra.

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