Lentamente ondea el pelo como un ave que retoza 
en su nido. Recostada, la blancura del cuello, 
delgado, frágil carne contra la luz, alza el esculpido 
rombo del mentón. El perfil se insinúa en efigie de color, 
la esbeltez de una callada pierna se cruza con la otra 
en displicente gesto de caricia. Fuma un cigarrillo 
negro que se hunde en el labio de rojez infinita, 
las mejillas se pliegan en un misterio incandescente, 
sonríe para sí hechizada por un poema de amor, 
sus ojos inclinados sobre la pátina del papel,
las cejas finas levemente elevadas como dos 
arco iris oscuros. En su voz la memoria de los ritos 
y el fragor infantil de un aire sin paz. Sufre el pecho 
la prisión de la tela, el vientre suda el perfume añejo 
de la atracción y de la perpetuidad de la vida. Hay 
en su mirada un idilio de mares que va mojando 
el tiempo compartido. Se irá con un rumor verde 
en la pupila a entregar su don a otra piel y a otro 
nombre. Quedará su fantasma en esa silla.
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