viernes, 2 de agosto de 2019

Madre

El óvalo de tu rostro sonríe en la brevedad.

Las fotografías dicen carmín, nariz de diosa,
frente que reta a la vida.

Era tu voz un timbre de luz,
era el cuerpo conciso un pedestal,
eran los pechos una almadraba
donde recogías la infancia.

En el medio de la retahíla
como un brote altivo,
mi ser descubre amapolas rojas en los días,
surcos que un río poblará
con la languidez de una piel joven.

Pero en el silencio de una tarde
las nubes ensombrecieron el carmín, la voz y la ternura.

Entonces comprendí
que no hay raíz cuando el dolor agita los paraísos,
que las ráfagas de un viento innoble
llegan a la comodidad como llega el aluvión a la quietud.

En tu canto el frenesí del pájaro,
en tus ojos negros la insolencia del aprendizaje,
el mar oscuro donde nadé
hasta la isla de un porvenir
sin banderas.







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