domingo, 4 de diciembre de 2016

La luz



Las cortinas no son mi rostro,
la cretona vive en su abismo de grecas hostiles
tras el penúltimo episodio de la rima.

Hay un rastro común que el ofidio conoce,
su longitud es la de la máscara,
su visión templa anillos y muerte
hasta llegar a la luz.

Si al fin la luz- no el nido de la incansable secuencia-
si al fin la luz dijera mi nombre
al levantar su manto;
si los caballos albinos
como una miasma sin razón
o una lápida de marionetas
escribiera en mis párpados la armonía ajena de los días,
qué haría yo con mi alma proscrita
y mis dudas que taladran la sed de los pasillos
cuando la aurora no es voz,
ni los pájaros entienden mi desazón de náufrago.

Solo levantarse como el aire que vive,
solo la ternura de un silencio claro,
para siempre,
para siempre
en la eternidad que me roce.




















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