viernes, 23 de diciembre de 2016

Allí

Altos los seráficos ejes del tiempo sobre la testuz
de la infancia. Un ejemplo de lo que vendrá es la luz
etérea sobre las pisadas rojas. Solo la carne agradece
el verdor de la palabra cuando los labios entrechocan
sus vértices y un crujido de sílabas encuentra el terror
en el silencio. Allí está la camisa del padre y la enagua
azul de la madre, allí los cuadros que dejaron su ausencia
en la pared blanquecina, allí el metal y los espejos, los libros
nunca abiertos y los muebles callados, allí mi sombra aún
reflejada en el jaspe del mármol o en las molduras de alpaca
con las que soñé o viví. Voy a la línea donde mueren las hojas
sin médula, su piel rugosa hiere el tacto de mis dedos amantes.
Siempre la quietud se viste de voces mientras susurran los fantasmas
heridos su plegaria infinita. A menudo me paro a escuchar los pensamientos
que aún no han nacido, cómo emergen de sí, cómo se arrojan al agua
de la luz, sin saña, sin miedo, sin edad ni presencia.

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