Ni siquiera se ven los pájaros negros, 
ni siquiera relumbra la piel soñada en 
la fluidez del tránsito. Pero acontece 
la reverencia amarilla y los faroles 
experimentan la magia de los ojos 
breves y los gatos se paran en las 
esquinas con la máscara tras los iris 
y la impaciencia en los músculos. 
Así la noche en el silencio del metal 
que quiere ser brillo en los cristales, 
caricia en los rótulos, ubicuidad en la 
sombra del mendigo frágil. Avanza el tren 
y tú en un marco de luz desnudas las palabras 
de un libro oscuro con el amor del pretérito, 
sin la flor azul que olvide el agujero de la 
conmiseración, en la galaxia de unos 
labios que no saben decir ni tú ni yo
ni una pasión ni nada.
 
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