Tal vez los geranios sigan desordenados. 
O la forja se haya cubierto de óxido. 
Son tres los pasos que me llevan a la frialdad, 
el de mañana, el de ayer, 
el que ahora
-aquí- 
nombro. 
Diré: la casa o la cicatriz de las telarañas, 
diré la húmeda 
caricia 
de
la 
muerte. 
Diré los retratos y la añoranza 
de 
los 
objetos 
caídos. 
Es tan simple la memoria, 
tan luminoso el arpegio de las noches silenciosas, 
tan cándido el madurar de los árboles en la luz. 
Allí 
en los osarios de mi niñez, 
en la simpleza de los campos abiertos, 
en el corazón que espía el manar de un río, 
los pájaros sueñan 
nidos 
azules. 
Mi nostalgia es un balón prohibido, 
el rumor de las hojas cuando los castaños gimen, 
las aguas que pasan como un hilo breve 
en el rumor de este cálido agosto 
que gira tras las ondas de un eco de libertad 
que oculta insomne
el vacío de un abismo interior.
 
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