sábado, 20 de agosto de 2011

Un poema de Miguel Labordeta(1.921-1.969)

MOMENTO NOVEMBRINO

Largos versos escribo con mi pluma de ave.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.

No estoy triste ni alegre. Más bien un poco turbio,
un poco espada, un mucho vagabundo magnífico
profano de caricias.

Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.

Todo se ha vuelto claro. Nada tiene importancia.
Mi apellido no existe, pues todo fue quimera,
y mi nombre marchitó los espejos dentro de cinco siglos.
Cada espectro de Luna
me voy muriendo un beso.
Cada gota de sol
surjo un instante de oro
de mi pus y mi sueño.
Rasgo todas mis máscaras con un signo de paz.
No quiero ya más templos donde roben mi vuelo,
sino intemperie pura que incendie mi caída.
No más engaños ya. Toda verdad es vana,
casi mentira sólo.
Tienen todos los labios un cárdeno regusto
a planeta perdido sin importarle cómo.

Miradme. Estoy sin amo. Como un perro sarnoso.
Mi astrónomo amigo ha huido.
No acudió a la cita de la cena.
Se enamoró del Polo de los Cielos.
Tuvo suerte en su lid.
Berlingtonia-Madre-Galaxia-Novia
le reclamo habitante del mar de las esferas
sin carta de llamada ni pasaporte fijo.

En la mágica caverna del cinema
cojo a mi amor la tierna mano fría:
Eres mi dulce odio, emboscada de instinto
hecho con látigo de hechizo tililante.
Mis lascivos propósitos riñe mi niña buena:
¿Por qué no acudes a misa de una y media,
sosito mío...?
¿Por qué no trabajas
como cualquier hombre decente
y ganas un sueldo honorable
con seguro de vida y una vejez tranquila?
¿Por qué escribes suciedades
que además nadie compra
si la vida es bonita
y hay meriendas tan ricas
donde se baila el vals?

Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.

Fabrico espantapájaros. Al estío le sucede el otoño.
Doy clases de Historia a cretinos simpáticos.
Cada curso tengo un bolsillo menos y una calva más amplia.
A veces oigo música anónima y lloro como un tonto.
Ciertas tardes de fiesta me encierro con mi pena allá dentro.

Pero también acudo los domingos
a los campos de fútbol o a las plazas de toros,
y vislumbro en lo alto de las torres de anuncios
a la pálida doncella inexorable
sonriendo con su puñal de nube
a la ululante muchedumbre
de energúmenos en flor,
¡espléndida cosecha de calaveras para el año 2000!

Ha llegado un telegrama de cementerio-Aries:
«Sin hora liquidada. Astrónomo amigo
paso sin novedad toda orilla celeste. (Stop).
No volverá jamás. (Stop.) Hasta la vista. (Stop.)»

Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Con mi pluma de ave escribo largos versos.

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