martes, 30 de agosto de 2011

Junto al río

Ya no existe muro ni canción ni aventura.
El inmaculado puente anuncia el candil
de un templo. He visto el color como un
enjambre sin luz. Los pasos, los pasos que
nos llevan al cuello de la golondrina, a la
supremacía del cristal, a los ecos del sol
que navegan. Es bonito el símbolo de los carteles,
la mecánica de un brazo que roza la fibra
del emblema. Primero un galeón, casi analfabeto,
con su cobre dormido y su agua y sus laberintos
sin memoria. Después la orgullosa catedral
como una rama del inútil mercado, como un bonito
espejo en el azul. Me gusta la armonía de este ajedrez
donde crujen las especias y no existe el miedo
al sabor, a la luz, a los extraños olores de un país.
Y después la llama que el museo ha vestido de
nieve(adobe y jazmín, vidrios que inundan la paz,
escaleras mecánicas y cuadros escondidos
como nenúfares insomnes). Sí, la ciudad
me enseña su gran pecho blanco y yo cabalgo
sus vértebras y pienso en hombres de hojalata,
en escudos que han desnudado su invierno,
para ser ahora el río sin maquillaje o la
curiosa sombra de los horarios en sándwiches
de espuma. Volveré como vuelve el ruiseñor
a su canto, con mis heridas de niño y mis omoplatos
vacíos de añoranza.

2 comentarios:

  1. Madre mía...cómo escribes Ramón...apabullante.

    ¿qué ciudad es?

    un abrazo

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  2. Es una ciudad sin nombre, Antonio, pero todos sabemos que las grandes urbes(París, Londres o Praga) florecen alrededor de una gran vena con forma de rio. Es un lujo tenerte por aquí. Un abrazo, amigo.

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