Tu pelo engominado
y el bigote fino
te sitúan en una época
que no es la mía.
Aunque igual que yo fuiste nada más
que huesos, piel y vísceras.
Solo un hombre.
Ahora que tengo tu edad he llegado a comprenderte.
“Con un niño no se puede hablar,
no está todavía formado,
con un joven si se puede hablar,
pero resulta difícil ya que las mentalidades chocan
sin remedio”- te escuché decirle una vez a madre-.
Además tú no aguantabas
que te llevaran la contraria.
Esa era una filosofía que nunca compartí.
Ahora que ya no estás
es demasiado tarde
para que dos adultos
hablen frente a frente
con el corazón libre
y sin desconfianza.
Solo puedo imaginar lo que nos diríamos.
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