Que eco recuerda el paso de ayer,
silencio de piedra en la noche viva,
sigo el crisol amarillo de los
faroles, la rama violeta del árbol en la lejanía
que recibe en sus
hojas el neón, y soy lluvia y aroma de mirto, soy la luna
en el
cristal de todas las ventanas que no nacieron de tus ojos, me
alimenta
la voz vieja de los portales y el primer goce de los cuerpos
bajo las sábanas
encendidas por la pasión desnuda, qué luz confunde
la rosa blanca con el ágil
pájaro negro que vuela por las cornisas
mojadas de ardor, columpios en el parque
como astas vencidas, un
resto de sol en esta iglesia, milagro de cirio
en la hornacina que las
gotas perdidas de la tarde mojaron con su agua
de amor, y en ti una
guirnalda y un sol herido, en ti la penumbra
del ave muerta, en ti
la tez de una hormiga que es un faro blanco
en mi senda de
nocturnidad pétrea, y voy al rótulo de atavíos
curvos, con un
nombre antiguo de simbología intacta, voy a la música
y a las letras
de la poesía con el zurrón vacío de nieve, voy esquivando
los
espejos para que en mi rostro no crezca la nube del olvido,
voy
como sombra entre pilares de mármol ausente y fugaz
dejando un verso
gris entre tus cejas de tinta azul, y llego
al atrio y al túmulo, al
arco ojival y al oro de la caoba tintada,
allí en un segundo de paz
mi oración es un aullido que se vierte
dentro de mí como un bisturí
que saja la ausencia de los mil nombres
con que quise ocultar el mío
ahora que nadie ignora a cuál respondo.