martes, 26 de mayo de 2020

El tren nocturno deja atrás los cielos de mayo



El libro es un ardid, un cenotafio, un lobo perdido.

Se alzan las alas para recogerte,
el aire amarillo repica en los cristales,
el tren, fiel oruga de mayo,
transita los dormitorios de tu paz
y los míos
de sangre.

El vagón ha dicho adiós,
tantos adioses sin luz,
la orfandad de la noche es un lamento de espigas,
campos lascivos, carreteras
como un circuito
inhumano.

Quisiera hablar, decir “las horas son tristes en abril”,
quisiera un hermoso reloj nacido en el Cáucaso
del que no supiera su orgullo,
quisiera una trenza en el bosque,
verde
o roja,
suspendida,
volátil.

Qué madrugada en los silbidos,
las estaciones son cristales blancos
de un neón sin letras,
cápsulas de adobe y farol,
ladrillos bajo la lluvia,
el espantapájaros pita
y es un señuelo su reclamo.

Pensad en mí
hojas del almendro,
el río también corre,
el agua más lenta dice un réquiem en la penumbra,
pájaros nocturnos dejan humo de liendres
en un cielo de azabache.

Y me dejo ir, música invisible de la consumación,
un olor a pantano, a ropa vieja y húmeda
lanza al amanecer sus lianas de alabastro.

Estoy solo en el recinto de hierros y costumbre,
la luz parpadea,
el ritmo de los engranajes es azul,
vamos rápido
hacia el fulgor de la mañana.

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