sábado, 1 de febrero de 2020

Tú, yo y el hijo

Yo me preguntaba por el silencio del faro,
a veces confundí sombra y edén
en el fondo de una lágrima transparente.

Tuve alas y fuego, mar en los tobillos,
calles sin párpados, eternas como átomos negros.

Era joven y me creía un sol,
un sol pequeño, sin calor ni luz,
una nube roja en tu camisa,
un ojo o un oasis oculto en la nieve,
las Perseidas cruzando la vastedad de tus días.

Como un trampolín tu carne blanca y tu voz de fruto en sazón,
como la fiebre que anuncia el fervor
así el halo que dejas al curvar la espalda.

Te amé o te quise en el arrabal,
juntos la ciudad y los ecos,
las estelas de un avión que mojan mis labios,
la desnudez que se mira de un perfil a otro,
la fugacidad del céfiro en la voz de noviembre,
del candil de tu mano al rocío en la playa
donde vive el misterio de la duna.

¿Quién o qué el trasluz bajo los números impares del oráculo?

Creció la semilla en lo hondo,
fiel al rasgo, dormido el color,
lánguido el espejo en que se revuelca el embrión
que soñará con su dios
igual que yo al morir el huracán.

Qué nombre o en qué país el surco que siembre su huella,
qué pasos en la estrecha cruz de la vida,
quién se arrimará a su seno,
cuántos los amigos que despreciarán la luna,
dónde el amor o el odio,
el restallido, la voz del látigo que pondrá de rodillas al éxtasis,
cuál perdón teñirá sus pies de azul.

Que sea el telar del abrazo nuestro sello,
el nido en que viven las historias infinitas,
el refugio donde sueñan las almas ardientes
con el futuro de la flor bajo una pérgola de luz.

2 comentarios:

  1. Mis felicitaciones por tus versos siempre tan acertados como inspirados. Salud.

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  2. Gracias por tus palabras, Julio y por hacerme saber tu paso por aquí. Un abrazo.

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