jueves, 17 de marzo de 2016

El morador


Cada día piso los arabescos de una alfombra innominada.

Quien fui yo
habita de nuevo los espacios,
la sala y su desorden, los pasillos en penumbra,
la habitación roja, el lugar recóndito donde escribo
estos poemas de infamia.

Cada día-así lo pienso-los cuadros de las paredes
abren sus ojos, los ventanales miran hacia el interior
como extraños murciélagos que buscaran un poso
de calígine, un nido grácil.

No me gustaría salir de este hospicio (perdón por el nombre)
sin el árbol que diera fruto, longevidad a mi ser.

¡Qué vana resulta la promesa de reivindicarse,
qué hematoma del alma este sincronismo de agujas
que no saben adónde gira su amplitud de vaguedades
en el río, en el río que me cubre!

En fin, que no hay territorio que no sea un castillo deshabitado,
un álbum de recuerdos sin luz, de esperanzas rotas
por el color de un presente herido.

Persigue, si puedes, un sol en la rutina,
dibuja en los objetos tu callada somnolencia,
entrégate al ejercicio de ser tú el ayer y el futuro
de unos pasos que hoy suenan como el eco
que fluye hacia ti o hacia nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario