A veces soy la conciencia de otro, el que jamás
besa su sombra.¿Por qué en el bosque no hay cristal
de oro ni brillos de nenúfar? Llevo la piel cálida
del designio en mi corona. Un cuerpo como un céfiro
de vocales sin mar, una raíz en mi sol. Ella se recoge
en su extrañeza y habla con la esgrima de la elipse
y el rencor. ¿Qué profecía rasga el tímido manto de un sueño?
Oh dios dame un reflejo de sal, una perla sin noviembres
ni hastío. Algo que renazca en mi sed
como una flor de agua.
Preciosos estos versos Ramón. Como siempre consigues emocionar. Un abrazote amigo. Tino
ResponderEliminar¡Oh dioses, y qué hermosura de versos! Eres admirable, Ramón, en tus hallazgos y el uso delicado de la metáfora. Consigues transmitir todo el ambiente mágico adecuado a cada tema. Con un abrazo.
ResponderEliminarSalud
Gracias, Tino, es una alegría verte por mi blog. Un abrazo grande.
ResponderEliminarMuchas gracias, Julio. Es un comentario muy generoso, más de lo que el poema merece. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminar