Nadie pronuncia la sed del gusano. Hay un reloj
de esferas celestes y una estatua de negror y espectro.
El autobús serpentea entre calles dormidas. No
ha sido noche la fe, ni en el crepúsculo las hojas
sobreviven heridas de cansancio y alud.
Arriba el planeta rojo, esa huella que los jardines
no matan, el huerto y el olivo, la garganta de
los naranjos con su aljibe y su sol.
Me duele el llanto triste del animal, sus ojos
son de vidrio, sus enigmas me rozan y no
alcanzo a entender el oficio del profeta
que temió la máscara o su luz.
Es hermoso el perfil del óxido, la duda que penetra
mi edad, la magia que imagina tu música entre
timbales y frescor.
Y el agua como manantial de cantos y las dalias
o los altos pinos y ese deletrear de campanas en el
oasis de las hojas que vigilan tu alba.
Aquí el jardín y en el vómito la razón de la espada.
Me gusta el espejo impar de las fuentes, tu cal que
maquilla la piel del tiempo o acaso el murmullo
de las cuevas sin alma que excitan la virtud
de los dioses.
Mi cuerpo se sonroja y ya no entiendo el pavor
que fluye del mármol o el hemisferio que espía
en el círculo azul de los tejados.
Tú y tú tras la memoria insigne, las rótulas blancas
en los mocábares, el rey con su brazo de nieve
como un cometa que deshojó la noche.
Si alguien menciona el paraíso yo diré
la alfombra roja del sueño.
Qué bueno, Ramón. Me he sentido transportado a la Alhambra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Ramón. Y es que el poema está inspirado precisamente en ese fabuloso recinto. Gracias por acercarte a mi blog. Un abrazo.
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